ensayos

El presente artículo, noveno y último de la serie, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada por los autores en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre países.


En 1824, Simón Rodríguez establece una escuela-taller en Bogotá, la primera de varias que funda en diversas ciudades de América, poniendo a prueba novedosas ideas a partir de su experiencia como maestro en Caracas y Europa. Ese mismo año llegaba a La Guaira el pedagogo inglés Joseph Lancaster, quien había desarrollado un método conocido como de “enseñanza mutua” o “lancasteriano”, en el que los estudiantes aventajados transmitían a sus compañeros lo ya aprendido. Desavenencias con el Ayuntamiento capitalino –que lo contrata para regentar una escuela en donde recibe niños pobres y huérfanos- lo hacen retornar a los Estados Unidos tres años más tarde.

Las experiencias de Rodríguez y Lancaster muestran el valor que el nuevo Estado venezolano y sus dirigentes –imbuidos en el espíritu de la Ilustración- le dieron a la educación, entendida como instrumento idóneo para promover el desarrollo del individuo e instaurar una efectiva conciencia cívica entre sus habitantes; también comprueban el temprano intercambio de ideas pedagógicas que, desde y hacia la ciudad de Caracas, se comenzó a dar simultáneamente con la apertura del país a los mercados internacionales. No obstante, las críticas condiciones económicas de la joven nación tras la guerra de independencia y los diversos levantamientos internos que le sucedieron, no permitirán revertir significativamente la situación educativa heredada de la colonia -caracterizada por un alto índice de analfabetismo y la imposibilidad de que las mayorías pudieran acceder efectivamente al más elemental nivel de escolaridad- hasta finales del siglo XIX. Como correlato, la instrumentación de una arquitectura creada especialmente para dar soporte a la actividad educacional de la capital se demorará mucho más de una centuria.

El ingreso petrolero y las reformas educativas de los gobiernos nacionales, en medio del fortalecimiento de vínculos comerciales y culturales entre Venezuela y otros países, sobre todo a partir de la década de 1940, darán pie a la estructuración de un régimen educativo abierto a la generalidad, lo que se tradujo en cifras de alfabetización, escolarización y profesionalización nunca antes registradas y en la introducción de nuevos programas de capacitación alternativos, de perfil técnico. La contratación de asesores extranjeros para la creación y evaluación de diversos currículos y para dictar los cursos en determinadas áreas de especialización, se materializa, de manera simultánea, con el envío de estudiantes criollos a centros de enseñanza superior en Europa y Norteamérica.

 

Espacios para la educación en la historia del mundo occidental

La educación ha sido el vehículo de transferencia de diferentes tipos de conocimiento y, sobre todo, de determinados valores que se aspiran perpetuar. A cada circunstancia –educación elitista o masificada- le ha correspondido un escenario físico que propicie el proceso de enseñanza-aprendizaje. En las primeras civilizaciones, como la babilónica o la egipcia, era fundamental la formación de una casta sacerdotal cercana a reyes y faraones, la cual se instituía alrededor de templos y palacios. En la “polis” griega, cuna de la cultura occidental, un grupo de pensadores inicia la reflexión filosófica por el puro placer de saber; allí, las diferentes corrientes o “escuelas” (término que proviene del latín schola, y este a su vez del griego σχολή, scholḗ, que significa “ocio”, “tiempo libre”) van apareciendo en los espacios públicos, al aire libre: “Academia” era el nombre de un parque situado al noroeste de Atenas en donde Platón caminaba y conversaba con sus discípulos. Aristóteles, su discípulo, alquila un terreno en las inmediaciones del santuario dedicado al dios Apolo Liceo de esa misma ciudad estableciendo su propia escuela, el “Liceo”.

La doctrina aristotélica será decisiva en la conformación del pensamiento teológico cristiano medieval: el llamado “escolasticismo”, que se constituirá en eje de los programas de estudio de los principales centros de enseñanza superior creados en Europa a partir del siglo XI: las Universidades. Estas corporaciones, que ocupan el rol que hasta entonces detentaban los monasterios y escuelas catedralicias como repositorios del saber, serán un brazo decisivo para la formación del funcionariado eclesiástico y monárquico en todo el continente. El esquema arquitectónico adoptado es el del patio central rodeado de corredores: el “claustro”, una organización espacial que, en palabras de Pablo Campos Calvo-Sotelo, “cristalizaba una primera identificación entre modelo docente y modelo arquitectónico” (1). El plano de un monasterio ideal localizado en la abadía de Saint-Gall, en la actual Suiza, y fechado al rededor del año 820, con áreas destinadas a escritorio y biblioteca, señala la versatilidad del claustro para acomodar diversas funciones. La Facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia -que aún conserva la misma sede desde la edad media- y el claustro renacentista de la Università della Sapienza en Roma, del arquitecto Giácomo della Porta, rematado por la capilla de Sant’Ivo, construida por Francesco Borromini entre 1642 y 1660, son ejemplos de la continuidad de este modo de organización alrededor de un patio central.

El período de la Ilustración, que fundó el conocimiento sobre bases racionales a partir de la observación, la experimentación y la duda, implicó la introducción del método dentro del proceso de instrucción, así como la idea de la educación como medio de transformación social. Estas discusiones las inicia el obispo J. A. Comenio en su obra Didáctica Magna o “Gran teoría de la enseñanza” -escrita hacia 1632 aunque publicada en el siglo XIX-. También son elaboradas por John Locke en Algunos pensamientos sobre la educación (1693) y por el francés J. J. Rousseau en Emilio, o tratado sobre la educación (1762), dos obras pioneras en el área de la filosofía educativa y que influirán en las reflexiones del siguiente siglo: las de J. H. Pestalozzi, F. Froebel y J. F. Herbart, quienes consideran que el objetivo del proceso educativo debe ser el desarrollo de la personalidad del individuo y no sólo la transmisión de unos determinados conocimientos. El desarrollo y reformulación de estos postulados en un contexto mecanizado, masificado y democrático como el de los Estados Unidos, posibilitará el desarrollo de nuevas corrientes como la llamada “Educación progresista” o “Escuela nueva”, representada por John Dewey.

Como en el caso de los lugares para la salud, a partir de la Ilustración la arquitectura educacional también es objeto de transformaciones. Los arquitectos franceses ven en sus edificios neoclásicos un vehículo de transformación social, tal y como lo atestiguan las propuestas, monumentales y utópicas, de E. L. Boullé. Thomas Jefferson adopta el esquema de pabellones en el campus que proyecta junto con Henry Latrobe para la Universidad de Virginia en 1817, confiriéndole identidad a cada una de las facultades.

A comienzos del siglo XX, la arquitectura moderna europea buscará un nuevo “estilo” que responda a las necesidades de un mundo industrializado y cambiante. La sede de la escuela de diseño Bauhaus en Dessau, Alemania, proyectada por su director Walter Gropius en 1925, se convertiría -con su disposición asimétrica de volúmenes funcionalistas, blancos y acristalados sostenidos por una armazón de concreto armado- en una de las obras paradigmáticas de la modernidad.

 

Figura 1. De la introspección del claustro, pasando por la organización axial en pabellones, al extrovertido y dinámico bloque moderno: Universidad La Sapienza en Roma, Giacomo della Porta y Francesco Borromini / Universidad de Virginia, USA, Thomas Jefferson / Bauhaus en Dessau, Walter Gropius.

 

Claustros y educación en Caracas

Con la llegada de los españoles al territorio de la actual Venezuela, también vino la tradición educacional y arquitectónica europea. Como en las otras ciudades de la Provincia, en Caracas existieron escuelas públicas elementales “de primeras letras”, donde se enseñaba a leer, escribir y contar; durante mucho tiempo su número y alcance fue muy restringido debido a los pocos recursos manejados por el Ayuntamiento y a las dificultades de acceso, limitado solo a los blancos descendientes de españoles. Como en Europa, fue entonces fundamental el aporte de la Iglesia y de algunas órdenes religiosas que establecieron escuelas y cursos del nivel medio y superior. En la mayoría de los casos, la reutilización de antiguas viviendas, organizadas a partir de patios rodeados de corredores se mantiene como una constante.

Una iniciativa notable fue la del colegio de enseñanza media de los jesuitas en 1766, en las casas que habían pertenecido a las familias Cedeño y Liendo, en la esquina de Los Jesuitas. Esta fundación no prosperó, pues la orden fue expulsada del continente un año más tarde. Entre 1767 y 1786, la casa de los Liendo fue ocupada por la escuela de primeras letras regida por Guillermo Pelgrom; luego funcionó en diversas casas alquiladas, entre ellas la de Francisca Urbina, situada en “Feligresía de Catedral, calle de doña Ana de Liendro” (1790-93) y en la de Juana de Aristiguieta, “cuadra de los Santos Nombres de Jesús y María”, Veroes a Jesuitas, N° 33 (1793-1801). En estas dos últimas sedes, Simón Rodríguez acompañó a Pelgrom como maestro subalterno y tuvo la ocasión de dar clases al joven Simón Bolívar (2). Los conventos de San Francisco, San Jacinto y de La Merced progresivamente abrieron cursos de latín, humanidades y retórica y sustentaron la creación de dos importantes instituciones: el Seminario de Santa Rosa de Lima en 1773 –para la formación de sacerdotes- y la Real y Pontificia Universidad de Caracas, la primera universidad del país, en 1721 –que otorgará grados de bachiller, licenciado y doctor en artes y ciencias (en filosofía, teología y cánones; leyes y medicina). Ambos centros de enseñanza compartieron una casa de dos pisos adquirida por el obispo fray Antonio Gonzáles de Acuña a la viuda del gobernador Rui Fernández de Fuenmayor, situada en la actual esquina de las Monjas, frente a la plaza mayor.

A pesar de que con la instauración de la República se proclama la responsabilidad del Estado en el tema educativo, asociado a la necesidad de formar ciudadanos conscientes de sus deberes y derechos, la situación económica de la postguerra no permitió avances significativos. La Constitución del año 1830 asignó la competencia pública del nivel de instrucción elemental (escuelas) a los municipios y del secundario (colegios) y superior (universidades) al Gobierno central, lo que se tradujo en la práctica en el abandono de los estudios primarios, al carecer los poderes locales de recursos. Para entonces, existían en Caracas nueve escuelas (tres públicas, cinco privadas y una del Seminario) que sumaban 545 alumnos, lo que representaba sólo un 4% de la población en edad escolar; un colegio (también adscrito al Seminario) con 32 inscritos y la Universidad, con 374 estudiantes (3).  El decreto de extinción de los conventos de hombres con menos de ocho religiosos de 1821, posibilitó la incorporación al patrimonio público de uno de los más grandes edificios de la ciudad, el antiguo convento de San Francisco, el cual dio cabida a un cuartel, dos hospitales y a la escuela de Lancaster y poco más tarde, a mediados del siglo, recibirá a la Universidad Central. También se instaló allí en 1836 uno de los primeros colegios privados para la formación de los hijos de la nueva elite liberal: el colegio “de la Independencia”, de Feliciano Montenegro Colón. Luego se crean otros, para los cuales se adaptan antiguas viviendas, entre otros los colegios “de la Paz” (1837) de José Ignacio Paz Castillo; “de la Concordia” de José María Pelgrom hijo; “Roscio” de Francisco Javier Yanes hijo y Manuel Antonio Carreño (ambos de 1839) y el “Santa María” (1859), de Agustín Aveledo. Gracias al filantrópico legado del valenciano Juan Nepomuceno Chaves, en 1842 fue posible abrir una institución destinada exclusivamente a niñas pobres, el colegio “Chaves”, para el que se alquila –y luego se compra- una de las casas más importantes de la Caracas colonial, construida por don Juan de Vegas cerca de la esquina de Llaguno.

 

Figura 1. De la introspección del claustro, pasando por la organización axial en pabellones, al extrovertido y dinámico bloque moderno: Universidad La Sapienza en Roma, Giacomo della Porta y Francesco Borromini / Universidad de Virginia, USA, Thomas Jefferson / Bauhaus en Dessau, Walter Gropius.

 

El hito más importante en la historia educativa venezolana del siglo XIX corresponde al conocido decreto sobre instrucción primaria obligatoria y gratuita expedido por Antonio Guzmán Blanco el 27 de junio de 1870, mediante el cual se convierte en competencia nacional la instrucción primaria. El crecimiento de la actividad educativa durante el guzmancismo, gracias a la apertura de decenas de escuelas en antiguas viviendas de patio y corredor en todo el país, permitió elevar en solo 15 años casi diez veces la matrícula, al pasar de 10.000 inscritos en el año 1871 a 99.446 en el año 1886 (4).

A pesar de estos logros y de algunas reformas legislativas de avanzada, como la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1881, el balance del tema educativo al entrar el siglo XX, tras casi tres décadas de dictadura gomecista, arroja como saldo estancamiento y desatención oficial, justo cuando se comienzan a evidenciar importantes transformaciones socioeconómicas y culturales provocadas por el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo, con “una inmensa masa analfabeta –señala Luis Beltrán Prieto Figueroa- que representaba el 59 por ciento de la población mayor de quince años y más de medio millón de niños sin escuela” (5).  El arribo creciente de inversiones, de profesionales y de técnicos extranjeros para el desarrollo de la  novedosa industria, en particular provenientes de Norteamérica, junto con exiliados y emigrantes venidos de Europa, tendrán efectos muy importantes en las iniciativas de modernización del sistema educativo.

 

La modernización del sistema y su arquitectura

Desde el llamado “Programa de Febrero”, suerte de primer plan nacional formulado durante la presidencia de Eleazar López Contreras en el año 1936, la educación –junto con la salud- se convirtió en un tema central de la agenda política. Este enfoque se reforzó notablemente a partir de 1958, cuando los gobiernos democráticos plantearon la expansión del sistema en todos sus niveles. En ese sentido, la contribución europea y norteamericana para nuestra modernización educativa será fundamental. En efecto, los postulados de la “Escuela Nueva” (nutrida de los aportes de Pestalozzi, Froebel, Montessori y Dewey), basados en la experiencia y los procesos vividos por los propios alumnos, se aplican en las reformas que impulsa el gremio de educadores tras la muerte de Gómez, quienes también hacen ver la necesidad de formar docentes que dirijan la importante tarea que se vislumbra.

Para entonces, en Caracas sólo ha sido construido un edificio escolar de dominio público en lo que va de siglo: la Escuela Modelo “San Juan”, ubicado en la Plaza Capuchinos, cuyo proyecto fue realizado en la Escuela de Artes y Oficios de Caracas en 1909, y que sigue el esquema de distribución espacial en torno a un patio central. También las congregaciones religiosas tras su progresivo retorno a Venezuela, se organizan en “casas-patio”: el internado para señoritas “San José de Tarbes” (1889), emplazado originalmente en un local de la plaza Capuchinos y trasladado en 1902 a un imponente edificio de la nueva urbanización El Paraíso, diseñado una década antes por Juan Hurtado Manrique como Palacio de la Exposición del Concurso Agrícola e Industrial; el colegio “San Francisco de Sales” (1895) y el Colegio “San Ignacio de Loyola” (1919), instalado en la casa que fuera del presidente Ignacio Andrade en la esquina de Jesuitas. Dentro de la arquitectura del eclecticismo dominante en todos los ejemplos, corresponde al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle introducir cambios en el esquema de organización espacial imperante, derivados del valor que le da esta orden a la relación del ser humano con el entorno natural: en el Colegio “La Salle Tienda Honda” (1922) el patio, en forma de “U” se abre hacia las visuales del cerró El Ávila y el Panteón Nacional por el lado Norte, mientras que el Noviciado “Sagrado Corazón de Jesús” en Sebucán (1927) –que actualmente es la sede de la Escuela de Enfermería de la UCV- la capilla ocupa el centro de una composición de tres cuerpos dispuestos en forma de una “H” y separa dos patios que también se abren al paisaje circundante.

 

Figura 3. La obra de las congregaciones: Colegio “San José de Tarbes” en El Paraíso, 1891, Juan Hurtado Manrique. / Colegio “San Francisco de Sales”, conocido comúnmente como el “Salesiano”, en Sarría, 1895. / Noviciado “Sagrado Corazón de Jesús” en Sebucán, 1927.

 

Durante el período 1936-48, el desiderátum de la escolaridad como medio de ascenso social e instrumento para la defensa de los valores democráticos, determina la incorporación masiva de edificaciones especialmente diseñadas para el uso educativo con capacidad para 300, 600 y 1.000 alumnos. Los nuevos modelos educativos, junto con las premisas del “Estado docente” -que se hace oficial con la Ley de Educación de 1940- promueven el desarrollo de innovaciones arquitectónicas en las primeras obras erigidas en la capital. En el diseño de estos conjuntos participan activamente profesionales europeos recién llegados al país y venezolanos formados en el exterior: Enrique García Maldonado, contratado en 1936 por el Ministerio de Educación para ocupar el cargo de Arquitecto Escolar, realiza el anteproyecto de la Escuela Experimental Venezuela -que completa Herman Blaser en el MOP y el prototipo de una escuela rural que se propone replicar en 510 sitios del interior del país. Cipriano Domínguez se encarga de la programación y diseño del Liceo Caracas, convertido luego en el Instituto Pedagógico y Carlos Raúl Villanueva elabora los planos de la Escuela Gran Colombia, en la que se rompe el esquema del claustro central privilegiando una composición libre de volúmenes funcionales y abstractos, y aulas abiertas perfectamente orientadas y aireadas.

 

Figura 4. La nueva arquitectura educacional: Escuela Experimental “Venezuela”, 1936-38, Enrique García Maldonado y Herman Blaser / Fachada y patio de la Escuela “Gran Colombia” (actual “Francisco Pimentel”), 1939-41, Carlos Raúl Villanueva.

 

En el gobierno de Isaías Medina Angarita se materializa la primera campaña de construcción masiva de escuelas públicas en las principales ciudades del país, los llamados “Grupos Escolares”, con capacidad hasta para 600 y 1000 alumnos, en cuyos nombres se rinde homenaje a los países del continente; estas construcciones llegan a alcanzar, incluso, la función de hito urbano que anteriormente ostentaban las iglesias, devenidos en “nuevos templos para la educación” (6). En Caracas, a la labor pionera de García Maldonado, Blaser, Domínguez y Villanueva se suma la de Luis Malaussena, quien concibe las sedes de los grupos escolares “República del Ecuador” en la avenida San Martín, “República de Bolivia” en La Pastora y “Miguel Antonio Caro” en la avenida Sucre (1942-44). Estas escuelas, de un claro eclecticismo -en el que se mezclan estilos históricos como el Neocolonial con el Art-Déco y el moderno- además de aulas, talleres, laboratorios y bibliotecas, también cuentan con espacios para la salud, la alimentación, la cultura y el encuentro con las comunidades. También se atiende el nivel secundario, tal y como lo atestiguan los liceos “Andrés Bello” (1943-45) –obra conjunta de Luis Eduardo Chataing  y  Javier Yárnoz que se concibe como un prototipo replicado en las ciudades de Valencia y Barquisimeto- y “Fermín Toro” (1945-46) de Cipriano Domínguez, donde se visualizan los “cinco puntos de la nueva arquitectura” de Le Corbusier.

 

Figura 5.  Grupo Escolar “República del Ecuador”, 1942-44, Luis Malaussena (1900-1962) / Liceo “Andrés Bello”, 1943-45, Luis Eduardo Chataing y Javier Yár

 

La reforma en el ámbito universitario recibe apoyo internacional. La creación del Instituto de Geología (1937) y de las escuelas de Agronomía y Veterinaria (1937) y Normal de Enfermería (1938) –transformada en Escuela Nacional de Enfermería en 1940- como instituciones separadas de la Universidad Central y dependientes directamente de los ministerios de Fomento, Agricultura y Cría y Sanidad y Asistencia Social, respectivamente, responde a la imperiosa necesidad del Estado de contar con profesionales venezolanos que supervisen las actividades petrolera, agrícola y sanitaria -carreras no previstas aun en esa Casa de Estudios- así como de establecer modelos educativos innovadores que permitan la especialización profesional. Esta labor contará con el apoyo de expertos extranjeros, sobre todo norteamericanos y españoles, y de criollos con estudios superiores en el exterior, contratados directamente por el ejecutivo nacional. En ese sentido, el establecimiento de la Escuela de Enfermería recibió un importante soporte de la Fundación Rockefeller, que ya estaba presente en Venezuela desde el año 1916 cuando se adelantaron campañas contra la fiebre amarilla, la anquilostomiasis, el paludismo y la malaria.

 

Figura 6.  Las escuelas autónomas del Estado: Escuela Nacional de Enfermería, Cotiza, 1935, Luis Eduardo Chataing (proyectada originalmente como asilo de mendigos). / Instituto de Medicina Veterinaria, Hda. Sosa, El Valle, 1937, Herman Blaser.

 

La crisis de espacio en los viejos claustros de la UCV determina la idea de construir una Ciudad Universitaria. En 1943 el gobierno solicita al Departamento de Estado de los Estados Unidos los servicios de un educador que colaborase con la Comisión que estudiaba el proyecto y contrata al Dr. Franck L. McVey, presidente emérito de la Universidad de Kentucky, quien realiza un diagnóstico integral de la institución y realiza recomendaciones que guiarán tanto el proyecto arquitectónico del conjunto como la reformulación de los propios programas y métodos académicos (7).

La apuesta por la construcción de una “ciudad” universitaria, emplazada de manera autosuficiente en las afueras de la capital, al modo de los campus norteamericanos (en contraposición a las escuelas universitarias europeas, estrechamente vinculadas a los cascos urbanos), también es sintomático del paradigma urbanístico que entonces toma cuerpo entre los planificadores. La complejidad del desarrollo del primer edificio, el Hospital Universitario, cuyo proyecto es elaborado por Villanueva junto con los ingenieros Armando Vegas y Guillermo Herrera Umérez entre 1942 y 1945, requiere la asesoría de Thomas R. Ponton, y Edgar Martin, médico y arquitecto norteamericanos especialistas en organización de hospitales, mientras que la firma de ingenieros Pardo, Proctor, Freeman & Mueser (conformada por socios venezolanos y norteamericanos) se hace cargo del diseño estructural y de las instalaciones. Considerada entonces como la edificación hospitalaria más grande de América del Sur, el “Clínico”, con sus patios y pabellones intervenidos por el artista Mateo Manaure, no es inaugurado sino en el año 1956, dando cabida simultáneamente al tratamiento médico y a la docencia.

 

Figura 7.  La “ciudad del saber”: La Ciudad Universitaria de Caracas, Carlos Raúl Villanueva, a partir de 1944 / El Hospital Universitario de Caracas, 1943-56, Carlos Raúl Villanueva, Armando Vegas y Guillermo Herrera Umérez. Asesores: Thomas R. Ponton, y Edgar Martin.

 

Los equipamientos educativos y el crecimiento urbano de la capital

La Junta Revolucionaria de Gobierno -que toma el poder en 1945- le da continuidad a la anterior política de construcción de edificaciones educativas, manteniendo las obras de la Ciudad Universitaria y creando, en 1947, la Oficina de Arquitectura del Ministerio de Educación, que será dirigida durante dos años por Heriberto González Méndez. Como Enrique García Maldonado, González Méndez se vio forzado a vivir y estudiar en Francia luego de los sucesos de la “Semana del Estudiante” en los que participó en febrero de 1928. En esta Oficina, González Méndez se dedica a desarrollar un plan de escuelas “periféricas”, que permitiera llevar educación a todos sus sectores urbanos, sobre todo las zonas de barrios. Para esto, aplica un método que está asociado al concepto de la “unidad vecinal” de la planificación urbana, tomando en cuenta la distancia que puede recorrer un niño a pie desde su casa: “Sobre un plano de Caracas –comenta su viuda, Goyita Echeverría de González- trazaba un redondel y decía: aquí va una escuela, porque un muchacho no puede caminar más de esto…” (8).

Para la elaboración de los proyectos, la Oficina contrata varios profesionales extranjeros que han hecho carrera en arquitectura educacional: con José Miguel Galia hace el grupo Escolar “Jesús Enrique Lossada” en Chapellín y con Marcelo Crispo y Antonio Lombardini los grupos escolares “Juan Landaeta” en La Charneca y “Gran Colombia” en Prado de María, respectivamente; todos ellos tendrán luego un importante desempeño académico y/o profesional en el país. Wladimiro Acosta, quien es considerado uno de los maestros de la arquitectura moderna en Argentina, se residencia en Venezuela entre 1947-48 y asesora varias iniciativas de la Oficina que finalmente no se materializaron; no obstante, también realiza un proyecto privado que es construido parcialmente: el “Instituto Politécnico Educacional” en la urbanización El Bosque, para las educadoras Luisa Elena Vegas y Luisa Serna, inmueble en el que se estableció luego el Colegio Universitario de Caracas.

 

Figura 8.  El esquema de pabellones se impone: Primera planta y vista del Grupo Escolar Municipal “Juan Landaeta”, La Charneca, 1947-49, Heriberto González Méndez y Marcelo Crispo. Tiene una capacidad inicial de 1.500 alumnos e incluye auditorio, comedor, laboratorios y residencia para el director.

 

Cuando se inicia el explosivo crecimiento urbano de Caracas ya se había producido en el interior del país la aparición de los campamentos petroleros, asentamientos residenciales que introdujeron en Venezuela fragmentos del típico paisaje suburbano norteamericano en el que se repiten prototipos de viviendas aisladas rodeadas de jardines. Las condiciones de vida al interior de estos campamentos, cuidadosamente delimitados con cercas perimetrales que permitían -no obstante- el contacto visual, contrastaban enormemente no solo con las de los establecimientos espontáneos que fueron surgiendo en sus inmediaciones sino, incluso, con las de los principales centros urbanos existentes. Es indudable que los estándares que se hallaban en estos asentamientos, en los que parecía imperar una modernidad higiénica y funcionalista tuvieron un efecto demostración notable entre los venezolanos, quienes veían las posibilidades de reproducir estas condiciones de vida en su cotidiano.

 

Figura 9. El campamento petrolero y sus equipamientos educativos. Mene Grande, Edo. Zulia, foto sin fecha. / Estudiantes de la Bella Vista School, Campamento Creole Maracaibo, construida en 1947.

 

La imagen suburbana, de “Ciudad-Jardín”, que se propone en los “fraccionamientos” o nuevas urbanizaciones residenciales para la élite en el Este de la capital desde la década de 1920, presididas generalmente por una casa-club (como se dio en el Caracas Country Club, Los Palos Grandes o La Florida), pronto es sustituida por el concepto de la llamada “Unidad Vecinal”, término acuñado por el planificador norteamericano Clarence Perry para definir sectores de ciudad relativamente autónomos reunidos en torno a centros cívicos, con equipamientos y servicios cuantificados en función del número de habitantes. El interés que toma este concepto en los desarrollos urbanos tanto públicos como privados en la capital de los años 1950, son sintomáticas de la aparición de un urbanismo plenamente funcionalista, cuyos referentes ya no provienen de Europa, sino de Norteamérica, y en los cuales los equipamientos colectivos, sobre todo las escuelas, serán los nuevos hitos: “…tomando las escuelas como núcleo del organismo, las viviendas se sitúan a distancia conveniente, de tal manera que los niños puedan ir a ella sin peligro”. En Coche, el Grupo Escolar “Carlos Delgado Chalbaud”, será diseñado por Tomás José Sanabria.

 

Figura 10. La “Unidad Vecinal” y su equipamiento educativo: UV “Carlos Delgado Chalbaud”, Coche, 1948-50, Carlos Raúl Villanueva. / Propuesta para el Grupo Escolar “Carlos Delgado Chalbaud”, Coche, 1952-53, Tomás J. Sanabria.

 

Lenguas extranjeras, educación y cultura

El tránsito de la influencia cultural europea –sobre todo francesa- a la norteamericana, ha sido ilustrado a través del análisis en el uso del francés como principal lengua moderna extranjera durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, tras un largo período en el cual el latín fue el idioma hegemónico de los estudios superiores, y la posterior adopción del inglés como nuevo esperanto. En 1841 se abre el primer curso de inglés en la Universidad Central, obligatorio para los estudiantes de derecho y medicina. El Código de Instrucción Pública de 1912 introdujo los idiomas en los planes de estudio del nivel secundario, consolidándose el inglés como cátedra obligatoria a partir de la década de 1950, mientras que la enseñanza de los otros idiomas se relegó a la mención Humanidades del ciclo diversificado. Para entonces, el inglés ya es reconocido como el principal idioma del mundo occidental (9).

Junto con la preparación de un cuerpo profesional de docentes que se incorpore a la ingente tarea educativa -para la cual son invitadas dos misiones pedagógicas chilenas- la formación de profesores de inglés será uno de los objetivos que se propone el Instituto Pedagógico de Caracas desde 1936. Paralelamente, y como respuesta a la demanda de un número creciente de empleados británicos y norteamericanos instalados en Caracas, a la sombra de las corporaciones petroleras, y de otras comunidades extranjeras, surgen colegios privados bilingües como la Escuela Campo Alegre, el Instituto Escuela y The British School. Para entonces, una iniciativa de interés binacional se hizo realidad el 4 de julio de 1941, cuando abre sus puertas el Centro Venezolano Americano o CVA, una institución destinada a estrechar los lazos de amistad entre los pueblos de Venezuela y Estados Unidos. La promotora de la idea había sido Margot Boulton, quien decide contactar a Nelson Rockefeller –impulsor de otros emprendimientos en Venezuela. El CVA tendrá una rápida acogida en la sociedad venezolana; su pronta expansión en Caracas a partir de su sede original –en una casa frente a la iglesia de Altagracia– y sus múltiples mudanzas por diferentes inmuebles en la ciudad –que incluirían la apertura de una sucursal en el Este– así lo demuestran. A las clases de inglés se sumarán las clases de español para los directivos y gerentes de las compañías petroleras, así como para sus familiares.

El CVA probaría ser mucho más que un instituto de enseñanza de idiomas; se constituiría en un exitoso catalizador para el intercambio cultural entre ambas naciones. Entre los visitantes que participaron en sus diversos programas y charlas se encontraban, entre otros, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Antonio Arraiz, Andrés Eloy Blanco, Vicente Emilio Sojo, José Antonio Calcaño, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva y Vicente Gerbasi. Mientras que, de las letras norteamericanas, vendrían Arthur Miller y dos Premios Nobel, William Faulkner (1949) e Isaac Bashevis Singer (1978), entre otros (10). El CVA –como indica Judith Ewell– también enseñaba una “actitud”, entendiendo que “el inglés era una habilidad necesaria para los que deseaban ser modernos y salir adelante» (11).

Otras escuelas y centros culturales bilingües toman cuerpo en Caracas a lo largo del tiempo y materializan obras arquitectónicas de gran calidad, como el Colegio “Humboldt” en La Florida (con proyecto de Federico Beckhoff, 1957) y el Centro Cultural “Humboldt” de San Bernardino (por Dirk Bornhorst, 1989); no obstante, la  importancia que tomó el inglés se hizo patente en la generalización de cursos para un público más amplio en otras instituciones que aparecen en la ciudad, como la “Academia Americana” o la “Academia Gregg”, en las que además se suministra un aprendizaje práctico en diversos oficios de apoyo a las crecientes actividades técnicas y burocráticas de las propias trasnacionales (como taquigrafía, secretariado, dibujo, etc.), y luego en otras modalidades educativas, incluyendo los “cursos por correspondencia”, antecedentes de los más recientes formatos “on line”, promocionados en los medios de comunicación.

 

Figura 11. La enseñanza, la cultura y los idiomas: Escuela “Campo Alegre”, urb. Las Mercedes, Caracas, 1948 / Colegio “Humboldt”, Federico Beckhoff, 1957.

 

La masificación del sistema

A pesar de la política desarrollista adelantada durante la década militar (1948-58), a la que se incorporó en 1951 un plan de construcciones escolares que permitiría dotar de edificaciones especialmente diseñadas a un buen número de planteles que seguían funcionando en antiguas casas, una lectura de las nuevas disposiciones legales (Estatuto Provisional de Educación, 1949; Ley de Educación, 1955) evidencia la ruptura con la tesis del Estado Docente que prevaleció hasta entonces y una sostenida restricción presupuestaria en los diversos ramos de la enseñanza oficial, lo que se tradujo en una deliberada desatención hacia esta área y en “una especie de colapso incipiente en el sistema” (12).  En efecto, entre los años 1951-57 la matrícula de primaria en el ámbito público tuvo un crecimiento de solo el 31,1% mientras que, simultáneamente, se estimuló la expansión de la educación privada, con un crecimiento del 98,4% de la matrícula (13). Esta tendencia a la desaceleración en el ámbito público también se observa en el número de planteles destinados al nivel secundario: la proporción de liceos oficiales y privados, que en 1948 era prácticamente equivalente, se llevó en 1957 a una relación de 30% contra 70% a favor de la educación privada, en particular la religiosa (14). Bajo este mismo enfoque, en el año 1953 son creadas las primeras instituciones superiores privadas del país: las Universidades Católica Andrés Bello y Santa María.

En contraposición a la idea de los logros que muchas veces se ha tenido, a la caída de la dictadura perezjimenista sólo el 50% de la población en edad escolar se encontraba matriculada. El balance de la década del 60 es más favorable: sólo durante la gestión presidencial de Rómulo Betancourt (1959-64) la matrícula escolar se incrementó 53,2% (pasando de 769.725 a 1.179.967 de alumnos), y el número de edificaciones aumentó 52% (de 6.577 a 9.999). Las cifras de nuevas edificaciones escolares construidas por el primer gobierno democrático al finalizar el año 1961 (cerca de 1.300), que casi igualan la totalidad de las realizaciones de todos los gobiernos anteriores de ese siglo, son registradas en un gráfico incluido en la Memoria de Educación de ese año. La construcción masiva de escuelas, liceos y universidades a lo largo de la década resulta de la acción conjunta del MOP y de la nueva Oficina de Arquitectura del Ministerio de Educación (antecesora directa de la actual FEDE), dirigida por Ignacio Zubizarreta -arquitecto venezolano de origen vasco quien había realiza estudios en los Estados Unidos- quien reúne a un importante grupo de trabajo en el que figuran Luis Las Heras, José Antonio Pecchio y Antonio Pinzani, entre otros.

Simultáneamente se crearon nuevos programas de educación superior con apoyo de la Alianza para el Progreso; intercambios con la Unesco y la Fundación Ford; investigaciones educativas desarrolladas en la UCV; programas de becas para docentes de especialización en el exterior que se extendieron en todas direcciones desde 1974, a través del Programa “Gran Mariscal de Ayacucho”; nuevas instituciones y universidades bajo formato experimental como el Centro Experimental de Estudios Superiores de Barquisimeto, actual Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado”, en 1962, y la Universidad Experimental de Caracas, actual Universidad “Simón Bolívar”, en 1967 (15) y el surgimiento de establecimientos privados con fuerte compromiso social como “Fe y Alegría”. Entretanto, a partir de 1971 el Ministerio de Educación, contó con una nueva sede proyectada por el ingeniero-arquitecto Henrique Castillo Pinto, junto al sitio en el que estuvo la casa natal de Andrés Bello.

 

Figura 12.  Gráfico señalando el número de edificaciones construidas especialmente para escuelas en Venezuela por los distintos gobiernos entre los años 1900-1961, con el record de más de 1.300 durante el primer período democrático (1959-61) / Liceo “Andrés Eloy Blanco”, Catia, 1960. Prototipo para 1.200 alumnos. Edificaciones idénticas ocupan el liceo “Gustavo Herrera” y otros seis planteles en el resto del país / Campus de la Universidad “Simón Bolívar”, 1969-78, I. Zubizarreta, J. Hoffman y E. Robles Piquer.

 

Las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI supusieron transformaciones en programas educativos y establecimientos, programas de alfabetización, las llamadas escuelas bolivarianas, las misiones educativas y nuevas instituciones, con la especialización ministerial  para la educación superior. No obstante, la crisis de la última década arroja interrogantes sobre el futuro de la educación y sus programas arquitectónicos, con la reducción substancial de la matrícula educativa.

 

Final

La educación, la vivienda y la salud han significado notables demandas sobre la sociedad y su conjunto, con especial incidencias sobre la arquitectura a medida que la industria de la construcción se transformaba en mecanismo de distribución de la renta petrolera. En materia educativa, ello significó la adopción de espacialidades específicas y experimentales, la normalización de programas edificatorios, el desarrollo de sistemas constructivos y la presencia de nuevas expresiones formales. Todos estos aspectos convergieron para dar sustento físico a los deseos y ambiciones de los venezolanos, contando con profesionales locales apoyados por asesores internacionales, un legado que todavía es visible en las calles de la ciudad y nos alerta sobre la tarea por cumplir en los próximos años.

 

***

Notas

1. P. Campos Calvo-Sotelo, “Universidad, espacio y utopía”, en F. Tejerina (editor), La universidad. Una historia ilustrada. Madrid: Banco Santander-Turner, 2010, pp. 370-371.

2. Resulta un error adjudicar el nombre de “Casa de las Primeras Letras” al inmueble N° 29 ubicado entre las esquinas de Veroes a Jesuitas, recientemente restaurado por el Distrito Capital, en el cual habitó durante más de siglo y medio, hasta el año 1919, la familia Tovar.

3. R. Díaz Sánchez citado por L. Zawisza, Arquitectura y obras públicas en Venezuela, siglo XIX. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1988, t. 1, p. 147.

4. Citado por M. Mudarra, Historia de la legislación escolar contemporánea en Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores, 1978: 56-57

5. Citado por J. Juárez, “La modernidad como proyecto: Educación y democracia en Venezuela”, en T. Straka, (compilador), La tradición de lo moderno. Venezuela en diez enfoques. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2006, p. 91.

6. S. Hernández de Lasala, Malaussena. Arquitectura académica en la Venezuela moderna. Caracas: Fundación Pampero, 1990, p. 159.

7. A. Vegas, Ciudad Universitaria de Caracas. Documentos relativos a su estudio y creación. Conferencia del Dr. Armando Vegas. Caracas: Editorial Grafolit, 1947.

8. S/A, “El séptimo quijote. Heriberto González Méndez”, en Revista Inmuebles, N° 12, Caracas, junio, 1993pp. 120-122.

9. R. Hernández, “La enseñanza del inglés en Venezuela: una visión retrospectiva”, en Heurística, N° 15, Caracas, enero- diciembre, 2012, pp. 155-171

10. E. Cobeña, “Historia del CVA”, en K. Krispin (comp.), 75 años de Amistad y Cultura. Centro Venezolano Americano 1941-2016. Caracas: CVA, 2016, pp. 16-17.

11. J. Ewell, Venezuela and the United States, 1996, p. 181.

12. M. Mudarra, Op. Cit., p. 192.

13. I. Sulbarán, “La Educación Primaria en Venezuela: Una mirada hacia la historia (1951-2001)”, en G. Luque, comp., Venezuela. Medio siglo de historia educativa (1951-2001). Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, 2011, 83-84.

14. C. Manterola y D. Córdova, “La educación secundaria en Venezuela. Período 1951-2001”, en G. Luque, comp., Op. Cit., p. 99.

15. R. Fernández Heres, Educación en democracia: historia de la educación en Venezuela. Caracas: Congreso  de la República, 1983, t. 1, pp. 85.

Fuentes de las imágenes

Figura 1: M. Pest, “De la universidad ilustrada al liberalismo”, en F. Tejerina (editor), La universidad. Una historia ilustrada. Madrid: Banco Santander-Turner, 2010, p. 119. / “University of Virginia”, grabado por J. Saerz, 1856. Disponible: http://faculty.virginia.edu/villagespaces/essay/ / L. Benévolo, Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: Gustavo Gili, 1974, p. 466.

Figura 2: G. Gasparini y J. P. Posani, Caracas a través de su arquitectura. Caracas: Ernesto Armitano Editor, 1998, pp. 125 y 95.

Figura 3. Tarjeta postal, hacia 1904. Disponible: delcampe.net  / El Cojo Ilustrado, N° 420, Caracas, 15 de junio, 1909 / Archivo Fundación Fondo Andrés Bello, Caracas.

Figura 4: P. Mendoza Neira (director), Venezuela 1945. Caracas: Publicaciones de El Mes Financiero y Económico, 1945, pp. 297, 303 y 429.

Figura 5: Autores desconocidos, hacia 1955 ©ArchivoFotografíaUrbana.

Figura 6: E. Sánchez Uzcátegui. “Las escuela nacionales de enfermeras en Venezuela, 1940-1960”. En: Revista Voces: Tecnología y pensamiento, Vol. 7,  enero-diciembre, 2013, p. 17. / Plinio Mendoza Neira, Op. Cit., p. 339.

Figura 7: Autores desconocidos, hacia 1960 ©ArchivoFotografíaUrbana.

Figura 8: Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, N° 178, Caracas, enero, 1951, pp. 20-21. / Autor desconocido, hacia 1950 ©ArchivoFotografíaUrbana.

Figura 9: Autor desconocido, s/f ©ArchivoFotografíaUrbana. / C. Clausen, Ann Gourley Caffrey-Oil Camp History [página web]. Disponible: http://www.cclausen.net/a_caffrey.html

Figura 10: Banco Obrero, 40 años del Banco Obrero. Caracas, B.O., 1968 / Galería de Arte Nacional, Tomás José Sanabria Arquitecto. Aproximación a su obra. Caracas: GAN, 1995.

Figura 11: S. Foley McCann, Caracas y Campo Alegre [página web]. Disponible: https://caracasvz.wordpress.com/campo-alegre/ / Autor desconocido, hacia 1957 ©ArchivoFotografíaUrbana.

Figura 12: Venezuela. Ministerio de Educación, Memoria al 1962. / Venezuela. Ministerio de Obras Públicas, Memoria al 1961. /  Nicola Rocco, Caracas Cenital, 2005 ©ArchivoFotografíaUrbana.

Este artículo, el quinto de una serie de nueve, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo de la Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre los Estados Unidos y Venezuela


La producción en gran escala de bienes y servicios ha tenido contraparte en su consumo masivo. Para ello, el flujo casi inconmensurable de las mercancías encontró en los centros comerciales un lugar idóneo, convirtiéndolos en parte fundamental de la experiencia social y cultural. Llamados “templos de consumo”, los centros comerciales no han recibido la atención dispensada a otros templos, si bien cada vez más aparecen como hitos en el imaginario colectivo y son objeto de atención por parte de las firmas y crítica arquitectónicas.

 

El debut de los centros comerciales: escenarios e invenciones

Se considera que el primer centro comercial fue el Foro de Trajano en la Roma Imperial, el cual contaba con la nada despreciable cifra de unos 150 locales. Ya antes los griegos habían creado las stoas, pórticos que albergaban tiendas, oficinas gubernamentales y espacios para la recreación y discusión pública permitiendo, además, la conformación de un frente continuo y homogéneo ante los espacios públicos. Siglos más tarde, con la Revolución Industrial, surgieron las arcadas, pasajes o galerías, que eran calles comerciales techadas usando la técnica de acero y vidrio, verdaderos embriones de los modernos centros comerciales.

Hay constantes a lo largo de la historia: los pequeños establecimientos buscan la proximidad de otras unidades comerciales para lograr economías de aglomeración, beneficiándose tanto de su complementariedad como de la mayor cantidad de potenciales clientes. Así se fue pasando del pequeño local –pulpería, bodega o botica- usualmente en localización de esquina, a las agrupaciones de tiendas, primero a lo largo de calles y luego en zonas o distritos de negocios.

 

Figura 1. Potenciando la accesibilidad: ubicación en esquina y al comienzo del centro poblado. Abastos La Entrada, inmediaciones de Guarenas, vía Oriente.

A la par de las economías de aglomeración surgieron las de escala, pues los locales crecieron en dimensiones y en su capacidad de ofrecer una amplia selección de bienes a bajo costo, con precios marcados y sin regateo. Fue el momento de los grandes almacenes y tiendas por departamento como Woolworth y Sears en los Estados Unidos, Wertheim en Berlín y el Bon Marché de París. Mención especial merece el Carson, Pirie & Scott, de Chicago, hoy Centro Sullivan -en honor de su proyectista, Louis Sullivan- construido entre 1899 y 1906 en “la esquina más concurrida del mundo”. Estas estructuras se integrarían luego a los centros comerciales, convirtiéndose en atractivos o anclas de los mismos.

No obstante tratarse de un fenómeno global, la historia del centro comercial tiene sus principales hitos iniciales en los Estados Unidos, no solamente en términos de cantidad de edificaciones, sino por la generación y difusión mundial de normas y formas novedosas de intercambio. Prototipos tempranos con estacionamiento fuera de la calle fueron el Roland Park Shop, cerca de Baltimore, en 1907, y el Market Square, en Lake Forest, en 1916. Sin embargo, fue en el Country Club Plaza de Kansas City donde se dio la primera sumatoria de locales con unidad de gerencia a inicios de la década de 1920.

Para que estas edificaciones pudieran superar la restricción tradicional de uno o dos pisos de altura fue preciso incorporar mecanismos de movilidad vertical como los ascensores y, muy particularmente, las escaleras mecánicas, un invento del siglo XIX que obtuvo su aplicación desde la década de 1920 en los grandes almacenes, permitiendo apilar niveles indefinidamente.

Antes de la aparición de estos tipos edilicios e invenciones en Caracas, el intercambio comercial se producía en el espacio público. Fue así como la primera centralidad comercial fue el mercado de la plaza Mayor, con pórticos a partir de las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII. Un siglo más tarde surgió el primer corredor comercial de importancia; la calle de Comercio o de Los Mercaderes (donde se encuentra la esquina homónima), actualmente Norte-Sur 4, que se prolongaba hacia el Norte buscando el camino a La Guaira. Ese corredor contó con tiendas, almacenes, imprentas, talleres de fundición y otras edificaciones institucionales y residenciales relevantes de la capital de la nueva república.

Posteriormente el eje comercial dio un drástico giro hacia la vía que extendía la ciudad al Este a través de Candelaria y el puente sobre el Anauco. Todavía no era la oportunidad de los centros comerciales, si bien a principios de siglo existían cinco pasajes en el centro -del Carmen, Capitolio, Ochoa, Ramella y Linares- que rompían la solidez de la manzana tradicional, generando vías de uso exclusivo para el peatón. El Pasaje Linares, también llamado del Mercado, fue inaugurado en 1891 y constaba de tres niveles de negocios y comercios, una altura considerada excesiva para la época, por cuya razón, decía Rafael Valery, la Cámara Municipal dudó antes de otorgar el permiso de construcción. Para ese momento aparecieron en Caracas las primeras tiendas múltiples y almacenes como el Pan Grande y el Almacén Americano, ambas edificaciones proyectadas por Guillermo Salas.

El Almacén Americano, propiedad de William H. Phelps desde 1916 (al separarse de Enrique Arvelo, quien fundó ese año el Bazar Americano) fue un hito en la introducción de productos importados; se encargaba de la distribución de autos Ford, refrigeradoras Frigidaire, máquinas de coser Singer, máquinas de escribir Underwood, equipos RCA Victor, entre otras marcas. Inicialmente ubicado entre las esquinas de Pajaritos y la Palma (luego abrió otras tiendas en los edificios Phelps y Gran Sabana, en las avenidas Urdaneta y Sabana Grande), en su piso superior funcionaron desde 1930 los estudios de la Broadcasting Caracas, una de las primeras radioemisoras del país.

 

Figura 2. Almacenes americanos: La tienda por departamentos Carson. Pirie & Scott / El Almacén Americano en 1914 con los novísimos modelos Ford, al fondo la iglesia de Santa Teresa / El Almacén Americano en el edificio Phelps, Av. Urdaneta.

Nuevas arquitecturas y placeres visuales a mediados del siglo XX

Las primeras décadas del siglo XX supusieron la rápida evolución de la arquitectura y formas de gestión de los centros comerciales en Norteamérica. Una innovación fue el esquema de planta en forma de “I”, con tiendas por departamento en los extremos de un corredor abierto en medio de una playa de estacionamientos. Un ejemplo característico de esta disposición fue el de Northgate, en Seattle, de 1947. Otra novedad fue el volumen cerrado con clima controlado, como el de Southdale, en Minneapolis, de 1956. El número creciente de ejemplares condujo a la creación en 1957 de un ente asociativo: el International Council of Shopping Centers.

En Caracas los ingresos petroleros permitieron la inserción plena en el mundo global de las mercancías: “U.S. News & World Report informaba que Caracas era la ‘meca’ de los vendedores del mundo” (1). Junto con la importación masiva de mercancías se produjo la instalación de empresas industriales, como las ensambladoras mencionadas en tercer artículo de esta serie, diversas fábricas y almacenes de manufacturas diversas.

 

Figura 3. Dignidad edilicia, cobertizos industriales y salones comerciales: La planta pasteurizadora y embotelladora de los jugos no carbonatados Bireley’s de General Foods en Antímano, de claras líneas modernas. / La magia de los enlatados en el interior de un supermercado del IBEC en Venezuela.

A ello se sumaba una potenciada movilidad vehicular, que estimuló la agrupación de tiendas en corredores y centros comerciales. La enorme operación urbanística de la avenida Central, iniciada con la propuesta de Plan Monumental de 1939, tuvo en el conjunto de El Silencio, inaugurado en 1944, una exitosa muestra de la aparición de una planta baja comercial continua, con 207 locales, apoyada por el uso de aceras cubiertas, un formato que se ha elogiado más que repetido en el país. Las nuevas arterias darían oportunidad de crear frentes comerciales continuos, con algunas penetraciones para dar acceso a comercios al interior, como en el caso de los edificios Karam y Phelps en la avenida Urdaneta. El desaparecido edificio Galipán en El Rosal presentó una combinación de viviendas, oficinas y 26 locales comerciales. Proyectado por Gustavo Guinand en 1952, el Galipán aseguraba en sus avisos publicitarios que “el comercio se va al Este”. Y ciertamente había sido en el Este donde poco antes había surgido el que pudiera ser considerado el primero de los centros comerciales en la ciudad; el Gran Avenida, entre Sabana Grande y la Plaza Venezuela, en lo que es hoy la estación del Metro Plaza Venezuela.

El Gran Avenida –inicialmente denominado “Quinta Avenida- fue proyectado en varias etapas por la oficina de Carlos Guinand, Moisés Benacerraf y Emile Vestuti, desde finales de la década del cuarenta. Allí se localizaron 34 prestigiosas firmas de joyería, modas, floristería, estudios de belleza, gastronomía, café, antigüedades y cristalería, en un volumen curvo continuo, tipo strip, de una planta, con voladizo horizontal, un paramento superior para colocar la publicidad de los locales, dos muros verticales perpendiculares a la fachada, a modo de vallas, en los cuales se identificaba el conjunto ante un estacionamiento frontal de tipo dentado en una calle de servicio paralela a la vía principal. Posteriormente se construyó un edificio de oficinas anexo, de ocho pisos. A pesar de sus dimensiones bastante pequeñas para los estándares actuales, el Gran Avenida se convirtió en un hito para una Caracas que se aproximaba al millón de habitantes:

 

“Allí las mercancías están presentadas en forma subyugante a la mirada. Trajes suntuosos, muebles de gran estilo, joyas, cristales, perfumes, adornos, cuadros, tapices, flores, juguetes, etc., se exhiben de forma insuperable. Todo esto hace de la Gran Avenida de Sabana Grande un lugar a donde no sólo concurren quienes necesitan determinados artículos, sino quienes buscan en la contemplación de estos bazares momentos de verdadero placer para los ojos” (2).

 

Figura 4. Mundos asociados: manejar y comprar. Vista general de la Gran Avenida, al fondo la Plaza Venezuela/ Vista nocturna del Centro Comercial Gran Avenida / Propuesta de ampliación y perspectiva por Emile Vestuti, 1950

Variaciones sobre el tema: tiendas por departamento y supermercados

Las facilidades de autoservicio permitieron superar la empalizada de los antiguos mostradores. Pasear libremente entre la mercancía etiquetada fue una nueva experiencia de compra que incluyó aspectos táctiles sin precedentes. Por otra parte, “ir de compras” se convirtió en un ritual en busca de expresión arquitectónica y de nuevos territorios para la presencia femenina; compradoras, propietarias y empleadas de las tiendas.

Casi simultáneamente con el Gran Avenida, la llegada de Sears a Bello Monte en 1950 fue toda una novedad. Esa tienda por departamentos, que en los Estados Unidos había existido desde la última década del siglo XIX, supuso desde su día inaugural una verdadera avalancha de consumidores, quienes llenaron la edificación de 11.600 metros cuadrados distribuidos en dos pisos, con estacionamiento para 400 vehículos. Es de recordar que Sears incorporó en sus programas de mercadeo la posibilidad de la compra a plazos, mediante un carnet similar al de las tarjetas de crédito. Ello facilitó la comercialización de sus marcas, sobretodo en artículos costosos de línea blanca y marrón. En 1951 las ventas de Sears en el país fueron de $10 millones y aumentaron a $15 millones en 1952, alimentadas por temporadas especiales de rebajas como “Jefe por nueve días” y “la semana del joropo”. Para 1953 había establecido cinco tiendas en el país y pensaba abrir otras dos. Años más tarde, la Organización Cisneros adquirió la cadena, rebautizándola “Tiendas Maxy’s”, luego desaparecida.

La llegada de la escalera mecánica tuvo su acto inaugural en el Pasaje Zingg de la avenida Universidad, de Arthur Kahn, entre 1951 y 1953. Amén de las novedosas escaleras, allí se establecieron baños públicos, como había hecho cuatro décadas antes Harry Gordon Selfridge en sus almacenes, con intención de prolongar la estadía del público, en especial el femenino. Junto con el Pasaje Zingg, a inicios de la década de 1960 existían en Caracas otros 21 pasajes comerciales cubiertos, lo cual indica la expansión de esta tipología.

 

Figura 5. “Comercialización” del comercio: afiche de René Lelong para la tienda Printemps con énfasis en la figura femenina / avisos de Sears y La Gran Avenida de marzo de 1952 con 5 días de diferencia; el primero con énfasis en los descuentos y el segundo, de manera aparentemente defensiva frente al primero, en temas de gusto, atención y calidad del producto.

La introducción a gran escala del shopping center en Caracas se produjo con los supermercados, también llamados automercados, CADA, pertenecientes al IBEC (International Basic Economy Corporation) de Nelson A. Rockefeller, que había probado con éxito en otras ciudades con la denominación “Todos”. Los primeros fueron el de Bella Vista en Maracaibo, inaugurado en 1949 y ampliado a Centro Comercial en 1953 y el de Camoruco, en Valencia, del año 1950. Para que los compradores, quienes ahora llegaban en vehículos particulares, pudiesen adquirir todas las mercancías en una sola parada se requería un considerable número de puestos fuera de la vía, con lo cual los edificios aparecían como islas rodeadas estacionamientos. El primero de los centros con supermercado fue el de la urbanización Las Mercedes, en 1954, con proyecto del arquitecto Don Hatch y el ingeniero Claudio Creamer. En la misma década aparecieron los de La Florida (1955), La Vega (1957), La California (1958) y Mata de Coco (1959), siendo el de La Vega proyectado por la oficina de Hatch y los otros tres por la de Tomás y Eduardo Sanabria.

El de Las Mercedes se emplazó en una parcela triangular de casi una hectárea en un distrito donde se concentraban grupos de mayores ingresos e intereses norteamericanos. Bastante modesta en dimensiones, la edificación resultó monumental para su época y un prodigio de construcción en acero y vidrio. Ocupaba alrededor de 3.000 metros cuadrados y disponía de un área periférica de estacionamiento para 130 vehículos. Al Sur se encontraba el supermercado y un semisótano con tiendas de mobiliario y equipos del hogar. La sección al Norte constaba de tiendas en planta baja y oficinas en el segundo nivel. Todo se conectaba mediante galerías en voladizo en torno a un espacio central provisto de rampas donde circulaban «carritos» de supermercado que transportaban las mercancías entre las cajas registradoras y los automóviles. Al extremo del edificio se encontraba una fuente de soda «estilo norteamericano» donde se expendían hamburguesas, club houses, batidos y langostinos mariposa.

El éxito no se hizo esperar; el Centro Comercial se convirtió en una de las principales atracciones de la ciudad, y su supermercado fue el de mayor movimiento en el país. La experiencia se repitió en muchos otros lugares, al extremo que en apenas dos décadas había 44 supermercados de esa cadena, la mayor empresa comercial privada del país -de los cuales catorce se localizaban en Caracas y seis en Maracaibo- acompañados por 29 fuentes de soda. Ello es una muestra del cambio en los hábitos de compras de muchos venezolanos y, no menos importante, del valor que el país había adquirido como importador de bienes de consumo norteamericanos -el 80% de la lista de bienes del supermercado era importada, al igual que los materiales de construcción y equipos empleados- transformándose Venezuela en el segundo mercado en América Latina, en permanente crecimiento, al punto de haberse multiplicado por 12 el consumo de bienes importados entre finales de la década del treinta e inicios de la del cincuenta (3).

Además de los supermercados, con su logo octogonal en una torre facsimilar de los campanarios religiosos, los centros comerciales asociados a aquellos generaron una fórmula de gran éxito que contenía cines, canchas de bowling, farmacias, bancos, salones de belleza y barberías, restaurantes y fuentes de soda, así como tiendas de ropa, mueblerías, librerías, jugueterías y joyerías, todo ello predominantemente en asépticos ambientes de aire acondicionado y luz fluorescente.

 

Figura 6. Abiertos y cerrados: Dos imágenes del centro comercial Cada de Don Hatch en Judibana, Falcón, asentamiento cuyo plan fue realizado para la Creole por la firma de Skidmore, Owings and Merril en 1948 / La dupla Sears-Cada en Bello Monte

La situación de la actividad comercial a mediados de siglo y la crítica al consumismo desbordado son objeto de un ensayo de Mariano Picón Salas titulado “Caracas en 1957”:

 

La abundancia de divisas trae, no sólo un cosmopolitismo humano, sino otro de productos y prodigalidad. Las tiendas de Caracas, con frecuencia empachadas de mercancía, son como anticipo y prefiguración de las exposiciones universales. Made in Germany, Made in Italy, Made in Japan, y alguna vez “Hecho en Venezuela” (…). Los vidriados y niquelados “Super-Market” a la norteamericana, contienen la más varia antología del sabor. Se consumen por igual sardinas de Margarita y esturiones del Mar Negro. Los alimentos yanquis ofrecen su infantil y entretenida manipulación mágica. Se echa un poco de agua o de leche y se pone al horno el polvillo que contenía el sobre, y dentro de pocos minutos veremos cómo se esponja –sin perder su olor de química y farmacia- un pastel de limón o de chocolate. Hay abundantes e inverosímiles juguetes de niños para escape de nuestra curiosidad o nuestro derroche, para ocupación de almas vacías.

 

Las reacciones frente al fenómeno del consumo masivo y sus emplazamientos asociados no se limitaron a la crítica social, sino alimentaron la imaginación y reacciones contraculturales de otros intelectuales y artistas como Andy Warhol, Red Grooms y Marisol Escobar.

 

Figura 7. Red Grooms, The Discount Store, 1970 / Marisol Escobar, Los Mercaderes, 1965

En paralelo con la aparición de los supermercados y centros comerciales, se produjeron varios ensayos que buscaban dar respuesta al problema de estacionamiento ya que, si bien el mismo es importante para llegar al destino, una vez allí representa un problema, salvo en un drive-in. Como alguna vez expresara Victor Gruen, arquitecto de centros comerciales en los Estados Unidos, “nunca un auto ha comprado nada”. Los proyectos oscilaron entre esconder el vehículo o monumentalizarlo; la primera solución se ensayó en el Centro Comercial del Este, en Sabana Grande, de Diego Carbonell, con un anillo de tiendas en torno a un estacionamiento central separado de la calle, lo cual produjo que algunas tiendas tuviesen doble acceso. La segunda fue El Helicoide de la Roca Tarpeya, de Jorge Romero, Dirk Bornhorst y Pedro Neuberger, un artefacto que tuvo al movimiento vehicular como leitmotiv.

 

Aparición de los grandes malls

Los centros comerciales se expandieron en el territorio y sufrieron un crecimiento y mutación ajustados a la modificación de los patrones de consumo, incluido el de los bienes menos tangibles de la recreación. Así surgió en un suburbio de Chicago el Woodfield Mall, primer centro de tipo regional, con casi 200.000 metros cuadrados de construcción, en 1971, seguido por otros como el West Edmonton Mall, una década más tarde, en Alberta, Canadá, un mamut de casi 500.000 metros cuadrados de construcción comercial y recreativa, pensado como centro de entretenimiento a gran escala para más de 20 millones de visitantes al año. Esas cifras fueron superadas por los 43 millones de visitantes del Mall of America, de Minnesota en 1992, con sus 400.000 metros cuadrados, el mayor en los Estados Unidos (4). La humanidad no podía resistirse a la “llamada del mall”, como la bautizara Paco Underhill.

Sin llegar a esos guarismos casi increíbles, en Caracas durante las décadas de los sesenta a los ochenta se consolidó el desplazamiento de actividades centrales al Este del valle y de buena parte del comercio hacia el eje Sabana Grande-Francisco de Miranda. De esta época es el Centro Comercial Chacaíto, proyectado por Antonio Pinzani y construido en 1968 en un nuevo corazón de la ciudad. El conjunto aprovechó un terreno en desnivel entre las avenidas Solano y Francisco de Miranda, lo cual le permitió el desarrollo en tres niveles: el sótano con estacionamientos, clubes nocturnos, cines y otros locales comerciales, retratado en el film Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia”, de Alfredo Anzola en 1977; la planta baja, con numerosos comercios en pasillos abiertos en torno a un espacio central de estacionamiento y un espacio de gran altura abierto a la calle con el café El Papagayo; y la planta alta con oficinas, teatro y supermercado. Este centro comercial, galardonado con el Premio Municipal en la IV Bienal de Arquitectura de 1970, fue por un buen tiempo lugar de moda donde los jóvenes iban a divertirse, especialmente en tiendas como Drugstore, que algunos seguramente recuerdan. El ambiente internacional del Chacaíto fue recogido en un corto vintage en inglés titulado “London in Caracas”, de 1969.

Del mismo arquitecto es el Unicentro El Marqués, construido en 1973, también adyacente a una futura estación del Metro sobre la Francisco de Miranda. Con sus voladizos de protección al peatón y estacionamiento distribuido a lo largo de los frentes comerciales y área central como en Chacaíto, contó con una tienda Sears, un supermercado, una cafetería, dos grandes salas de cine, oficina de correos y numerosos locales comerciales. Posteriormente fue objeto de remodelaciones que incluyeron una sala múltiple de cine, un centro de diversiones en el nivel superior y un estacionamiento en estructura.

Cercanos o sobre el mismo eje comercial se ubicaron otros conjuntos, apoyados por el boom económico y el desarrollo del concepto de “propiedad horizontal”. De ese momento fueron Los Cedros, sobre la avenida Libertador y El Trébol, sustituido por el Millenium Mall. En el Oeste se construyeron los centros comerciales San Martín y Propatria. Este último, cerca de lo que sería luego la estación terminal de la Línea 1 del Metro, generó una oferta comercial significativa en el populoso sector de Catia, con 240 locales, cines, bowling, consultorios, oficinas y estacionamiento para 1.500 vehículos.

El modelo de edificio aislado de la dinámica de la calle tuvo en esta época un periodo de florecimiento como respuesta ante la creciente inseguridad. El Paseo Las Mercedes, de James Alcock, supuso la creación de un área comercial de cuatro niveles, con unos 150 locales en torno a un conjunto de patios cubiertos por una bóveda transparente movible, con reminiscencias de las antiguas galerías comerciales. En un extremo se ubicó un hotel de 220 habitaciones y un espacio interno con columnas revestidas de espejos en movimiento de Domingo Álvarez. En contraste con la imagen brillante de este espacio terminal, se instaló al otro extremo un grupo de pequeñas tiendas denominado “La Cuadra” –esquema similar al empleado en la “Villa Mediterránea” de su contemporáneo Centro Plaza- el cual simulaba el recorrido por un conjunto de callejuelas tradicionales, apelando a la memoria de la ciudad histórica. El estacionamiento, de 1.300 puestos, se colocó en estructura separada a medios niveles. Como ejemplo del proceso de remodelación y actualización mediante nuevos usos y programas de animación, en el año 2001 se creó allí el Centro Cultural Trasnocho con salas de cine, teatro, librería, talleres y salas de exposición.

Apelando a la solución de una caja cerrada climatizada y prestando servicio a extensas zonas residenciales del Sureste capitalino, aparecieron los centros comerciales Concresa, en Prados del Este y Plaza Las Américas, en el Cafetal, ambos con la tienda por departamentos VAM como ancla. Este último centro comercial fue objeto de ampliación y remodelación, agregando una nueva etapa que llevó la capacidad de estacionamiento a 2.500 puestos.

Sin embargo, con sus 400.000 metros cuadrados de construcción, el conjunto de mayor magnitud e importancia de todo el periodo fue el Centro Ciudad Comercial Tamanaco, conocido como CCCT. Símbolo de una era de expansión del consumo, contaba con más de quinientos locales comerciales a lo largo de amplias áreas de circulación, con restaurantes, una feria de comida rápida (fórmula ensayada anteriormente con gran éxito en los Estados Unidos), varias salas de cine, clubes y salones de fiestas, el mayor supermercado de su época, más de 900 oficinas y hotel, siendo la pirámide escalonada invertida el rasgo más relevante, ornada en temporada navideña con un luminoso Santa en trineo. Consecuente con el acceso predominantemente vehicular, se destinó espacio de estacionamiento para 6.000 automóviles.

 

Figura 8. Apartados del mundanal ruido: La zona prisma de Paseo Las Mercedes / Binomio mall-autopista en el CCCT

Otras dimensiones y tipos: la megamallmania migra a Asia y olvida a CCS

La tendencia a la globalización se hizo sentir sobremanera en el mundo de los centros comerciales, ahora verdaderas ciudadelas que ocupan parte sustantiva de los territorios metropolitanos. La pauta no la dicta ya Norteamérica, pues la lista de los de mayor dimensión la encabezan los gigantes asiáticos como el New South China Mall, en la ciudad de Dongguan, del año 2005, con casi 900.000 metros cuadrados de construcción (más de 650.000 m2 rentales) y 2.350 locales, una estructura colosal con severos problemas de ocupación hasta hace poco tiempo. El traslado a oriente de los grandes malls es tan notable que el primero en figurar en las listas de los de mayor superficie rental en el continente americano es el Albrook Mall en Panamá, del año 2002, rondando el puesto 19, detrás de cinco centros en Filipinas, cuatro en China, dos en Irán, dos en Tailandia, dos en Malasia y uno, respectivamente,en Reino Unido, Taiwan y Corea del Sur.

En Caracas, la crisis económica de la década de los ochenta redujo el ritmo de construcción de centros comerciales, si bien la inauguración del Metro facilitó la creación de algunos conjuntos de moderado tamaño cercanos a sus estaciones, como fueron los de Palo Verde Plaza, Ruiz Pineda y Metrocenter de Capitolio. Asimismo, en los suburbios se mantuvo la tendencia de construir edificaciones comerciales de dimensiones modestas para atender las necesidades de nivel local y vecinal. La década siguiente significó el resurgimiento de la construcción de grandes centros; es más, ante la reducción sustantiva de la inversión pública en la ciudad, el crecimiento del mercado informal, la inseguridad y las restricciones del mercado residencial, esta opción quedó favorecida para la inversión inmobiliaria.

La creación en 1997 de la Cámara Venezolana de Centros Comerciales, Comerciantes y Afines, vinculada a su similar internacional, fue ejemplo de la madurez de esta actividad en el país. De esos años fueron los centros localizados en nuevas urbanizaciones, suburbios y zonas en proceso de transformación como el Terraza Lomas de La Lagunita, Boleíta Center, Galerías Prados del Este, Manzanares Plaza, Galerías Los Naranjos, Santa Fe y Centro Lido. En ellos pasó a ser moneda corriente la presencia de franquicias y tiendas de cadena, tanto del sector alimentos como en muchos otros rubros; los espacios seriales, como salas múltiples de cine y ferias de comida rápida; el uso difundido de las tarjetas de crédito y otros medios de pago como los cesta-tickets; la gestión de condominios y programas centralizados de promoción, mantenimiento, seguridad y diseño; la menor participación de tiendas por departamento y la presencia creciente de espacios destinados al entretenimiento, donde la gente acude en busca de capturar sensaciones en lugar de objetos, recibiendo a cambio memorias que guían las narrativas de la vida de nuevas generaciones:

 

“Marisco, mira la vaina”, gritó Atilio. Sus dedos señalaban la entrada del cine. Estábamos en el Centro Comercial Santa Fe, bloque sin forma ubicado en los terrenos del viejo autocine. Atilio tenía una novia que trabajaba en la tienda Town Records. El centro comercial era un lugar de ladrillo artificial muy parecido al Plaza Santa Mónica cuyo punto de referencia, al igual que en los espacios del desaparecido Parsamón, era el letrero de McDonald´s (5).

 

Con la inauguración del Sambil en 1998 se dio inicio a una etapa de conjuntos de mayor dimensión, policéntricos y más apegados al esparcimiento. Con casi 300.000 metros cuadrados de construcción en un terreno de cinco hectáreas, más de 500 locales y estacionamiento para 4.000 vehículos, se convirtió en uno de los mayores en América Latina. Pero no fueron solamente sus considerables dimensiones y las guías de diseño importadas lo más característico, sino el esquema de gestión y la temática, pues se proyectó como un fenómeno recreacional –algunos dirían que también cultural- para todos los grupos socioeconómicos y de edades, observable en el flujo de varias decenas de miles de personas al día –superando en algunos casos los 100.000 visitantes- un río de gente que forzó la modificación del trazado de la ruta de acceso desde la estación del Metro de Chacao.

La tendencia al desarrollo de grandes centros con fuerte componente de entretenimiento se repitió en el San Ignacio, El Recreo, Tolón, Líder, Millenium Mall, Multiplaza El Paraíso y Sambil La Candelaria, este último sacado del circuito por decisión del Ejecutivo Nacional. Con la crisis de las primeras décadas del siglo XXI, en el tintero han quedado varios proyectos, como el Aeromall, cercano a la autopista de Prados del Este y otros acosados por una crisis económica cuyos efectos sobre la ciudad se encuentran “en pleno desarrollo”.

 

Figura 9. Atractivos tangibles e intangibles: Baños para damas en el Pasaje Zingg y parque temático en El Hatillo

Consideraciones finales

Aseguraba Jane Jacobs que el fundamento económico de una ciudad es el comercio. Así que la historia de Caracas es en buena parte la historia de su actividad comercial. A lo largo del tiempo, la geografía del valle se pobló de las distintas formas de intercambio, tanto de carácter formal como informal, reforzando cada vez más la dimensión del fenómeno urbano y posicionando a la ciudad como la “esquina de mercaderes” de un territorio muy amplio.

Superando la brecha entre panegiristas y detractores de los centros comerciales, la comprensión del rol que éstos juegan en la dinámica social y espacial de la ciudad está íntimamente relacionada con un proceso de disolución de la capacidad de los espacios públicos para atraer y distraer a los habitantes. Esta crónica ha pretendido destacar la doble condición del centro comercial como hecho físico y como modelo de gestión del intercambio y modo de vida. En ambas dimensiones se ha construido un imaginario en torno a su primacía como lugar de encuentro, recreación y compras para todos los estratos socio-económicos. En gran parte este fenómeno ha ocurrido no sólo como respuesta al deterioro del espacio público, sino como resultado de la adopción de esquemas orientados hacia la mejor satisfacción de las necesidades del cliente, como la ampliación de la oferta y la extensión de los horarios (dependiendo ahora de la generación eléctrica) a partir de los cuales el visitante-consumidor ha obtenido mayor seguridad, comodidad y variedad de ofertas.

En los próximos tiempos, en correspondencia con el vaivén de los ingresos petroleros y las condiciones urbanas de seguridad, se pondrá de relieve la necesidad de conservar y renovar las estructuras sobrevivientes al deslave económico. La reformulación de los patrones de consumo, la coexistencia de distintos modelos de compra, incluyendo el e-commerce y el comercio informal, permiten augurar nuevos capítulos a esta saga.

 

NOTA: Versiones asociadas al tema de este artículo fueron publicadas bajo los títulos “Modernity for import and export: the United States’ influence on the Architecture and Urbanism of Caracas”, Colloqui, 67, 1996: 36-45 y “Una Gran Avenida”, Medio Informativo, 11, julio 2008: 10-11.

 

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Notas

1 Edgardo Mondolfi G. “La relación Venezuela-Estados Unidos durante el último medio siglo”, en: Tomás Polanco Alcántara et al, Venezuela y Estados Unidos a través de 2 siglos. Caracas: Venancham, 2000, p. 346.

2 Plinio Mendoza Neira, ed. Así es Caracas. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951, sp.

3 «Oil & Caraquenos: Venezuela Boils Over U.S. Import-Cut Moves». The Wall Street Journal, 17 de abril de 1953, p. 13.

4 Nancy E. Cohen. America’s Marketplace: The History of Shopping Centers. Lime: Greenwich Publishing Group, 2002.

5 Eduardo Sánchez Rugeles. Liubliana. Caracas: Ediciones Bruguera, 2015, p. 142.

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Fuentes de las imágenes

Figura 1: Elizabeth Schön en Abastos “La Entrada”, sin fecha | Alfredo Cortina ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 2: Nikolaus Pevsner. A History of Building Types. Washington: Princeton University Press, 1976, p. 269 / Guillermo José Schael. Apuntes para la historia del automóvil en Venezuela. Caracas: Armitano, 1982 (orig. 1969), p. 39 / Archivo Biblioteca Nacional

Figura 3: Plinio Mendoza Neira, ed. Así es Caracas. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951, s/p / Rockefeller Archive Center

Figura 4: Centro Comercial La Gran Avenida, Sabana Grande | Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana / Plinio Mendoza Neira, op. cit. / Archivo Lorenzo González C.

Figura 5: https://karhu53.livejournal.com/21672499.html / El Universal, 2 y 7 de marzo, 1952, recopilación Jorge Villota

Figura 6: The Lamp publicada por Standard Oil, otoño 1958 / Foto Sharon Bourke, en http://www.randytrahan.com/ocov/amuay/amuay_gallery_07.htm / Tienda Sears de Bello Monte | Tito Caula ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 7: https://walkerart.org/magazine/red-grooms-the-discount-store-target / Juan Calzadilla. Obras singulares del arte en Venezuela. Caracas: Euzko Americana, 1979, p. 197

Figura 8. Fotografía del autor 29-9-2017 / Fotografía de Giovanna Medina, 18-7-2012

Figura 9: Archivo Henry Vicente / Fotografía María del Rosario Rodríguez 18-9-2017

El presente artículo, sexto de una serie de nueve, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre países.


La arquitectura e ingeniería de la modernidad en Venezuela tuvieron como escenarios fundamentales las grandes obras de infraestructura, educación, vivienda y salud. En relación con esta última, área especialmente sensible en los programas de desarrollo humano, los resultados estadísticos muestran una enorme transformación en la prevención y control de enfermedades y en el mejoramiento de la calidad de vida de la gente. Basta mencionar que en el país la esperanza o expectativa de vida al nacer ascendió de unos 38 años en la década de 1930 a cerca de 75 años en tiempos recientes (acercándose a la expectativa de 84 años en países como Japón y España) aunque muy posiblemente este valor va a descender en el futuro próximo, salvo milagro gremial del Dr. José Gregorio Hernández.

Como soporte de esos programas, tuvo lugar una constelación de actuaciones, campañas, ideas terapéuticas, esquemas de gestión y construcción de edificaciones. Es en este último aspecto que se hace énfasis aquí, en especial lo concerniente a la aparición de distritos médicos y a la arquitectura de hospitales y sus posibles efectos terapéuticos.

 

Lejanos antecedentes: un San Bernadino en la antigua Grecia

Hospital, hospicio y hotel derivan del latín hospes y es usado indistintamente para designar anfitrión o huésped. Así, hoteles y clínicas tienen una base común, que es la actividad receptiva, al punto que sus capacidades se suelen medir por su cantidad de camas o habitaciones. Las primeras edificaciones asistenciales de las cuales se tenga noticia son los asclepiones griegos, templos curativos dedicados al dios Asclepio (Esculapio en Roma), aunque en el lejano Egipto se narra el tratamiento de los enfermos en lugares con jardines y fuentes de agua, algo similar a lo que los romanos realizaron mediante las termas y otros establecimientos. Un aspecto de especial interés en el mundo griego fue la aparición de un famoso distrito hospitalario en la isla de Cos; allí se emplazó un agregado médico-asistencial y al igual que ocurre con otras actividades, las instalaciones de salud tienden a generar un crecimiento molecular en torno a los oferentes de mayor importancia, como ocurre en Caracas en la urbanización San Bernardino. En este sentido, la isla de Cos –en competencia con otras localidades como Cnido y Epidauro– fue un gran destino de curación. Dice Lewis Mumford: “…Cos era el gran centro del que se irradió un nuevo concepto de la salud; era al mismo tiempo un sanatorio, un hospital y un centro de investigación médica…” y que distaba de ser “…una colección de edificios utilitarios, mitad fábrica y mitad hotel, como nuestros hospitales modernos. Poseían también los calmos atributos del claustro…” (1).

Y hablando de claustros, sería en la Edad Media cuando el cuidado de la salud se potenciaría a cargo de cofradías religiosas y órdenes hospitalarias especializadas. Los monasterios medievales ofrecían asilo a enfermos, a pobres y a peregrinos. Tenían, por regla general, enfermerías, como se muestra en el plan ideal para la abadía de Saint Gall. Además de las instalaciones de enfermería en las abadías, gradualmente surgieron edificaciones especializadas, siendo la mayor y más antigua el Hôtel-Dieu (casa de Dios), cerca de la catedral de Notre-Dame de París fundada en el año 651 y reconstruida en el siglo XIX. Este conjunto contaba con 450 camas para 1.280 pacientes, lo que da idea de su nivel de saturación al ostentar la impresionante cifra de tres enfermos por cama (2).

 

Figura 1. El plano para la abadía de Saint Gall. En la parte inferior izquierda, dentro de un óvalo, las estancias de enfermería

Años más tarde, durante el Renacimiento y la Ilustración, se fueron afinando las técnicas de tratamiento y las propuestas arquitectónicas concomitantes. Los grandes hospitales de Milán y Plymouth fueron considerados ejemplares para su época, como manifestó Jean-Nicolas-Louis Durand en su Compendio de Lecciones de Arquitectura, donde tomaba partido por el entonces novedoso esquema de pabellones. De ese momento deriva la combinación de actividades médicas y docentes en la Escuela de Cirugía de París, uno de los conjuntos iniciales del Neoclasicismo en arquitectura. Su aula anfiteátrica, inspirada en el Panteón romano, fue una pieza fundamental en el proceso de enseñanza de la disciplina.

 

Figura 2. Ideando el diseño del hospital y la didáctica de la medicina: Modelo de hospital en sistema de pabellones y arreglo simétrico regular en el texto de Durand (1802-05). Debajo: el Auditorio de la Escuela de Cirugía de París proyectado por Jacques Gondouin entre 1771 y 1786, según grabado de Poullea

 

De la beneficencia a la salud pública: establecimientos en la Caracas prepetrolera

No abunda la información sobre el tratamiento de aspectos relacionados con la salud durante el periodo precolombino y los primeros años de la colonia en América, aunque se entiende la lógica precariedad en la atención, realizada con los medios a la mano, como muestra el grabado del texto de Girolamo Benzoni. Historia del Mundo Nuevo, de 1565. En la provincia venezolana, al igual que ocurría en Europa, la atención en el periodo colonial era realizada en hospitales o asilos de caridad: en 1602 apareció el Hospital del Señor San Pablo u Hospital Real, para hombres, el cual colindaba con el templo de San Pablo, hoy Teatro Municipal. A su lado se ubicó en 1691 el Hospital de Caridad para mujeres, con lo cual se dio inicio a un primer distrito médico al sur del casco de la ciudad (3).

En el siglo XVIII aparecieron los primeros hospitales especializados: el Hospital Real de San Lázaro, al sur de la ciudad, un nuevo lazareto en Sarría, la Casa de Beneficencia Nacional, el Hospital de Enajenados de Los Teques y algunas iniciativas privadas como el hospital para niños, llamado Hospital Linares en honor a su benefactor. El terremoto de 1812 se encargaría de afectar gravemente varias de estas edificaciones.

 

Figura 3. Atención a los enfermos en la era preindustrial: De la cabaña primitiva al establecimiento colonial. La Iglesia de San Pablo y sus establecimientos hospitalarios aledaños, en la imagen de la “Sampablera” del año 1859

Por otra parte, frecuentes epidemias y ejercicio informal de la medicina, con la frecuente pugna entre médicos y curanderos, como ha estudiado Emanuele Amodio, caracterizaron a la mayor parte del periodo colonial. En conexión con la figura de Lorenzo Campins Ballester, médico mallorquín, nombrado por Real Cédula expedida por Carlos III, se dieron pasos importantes para la formalización de la disciplina: apareciendo los estudios médicos en 1763 y el protomedicato en 1777:

 

“El Real Tribunal del Protomedicato fue un cuerpo técnico encargado de vigilar el ejercicio de las profesiones sanitarias (médicos, cirujanos y farmacéuticos), así como de ejercer una función docente y atender a la formación de estos profesionales” (4).

 

Conforme la base institucional de la medicina se iba estableciendo, surgía la necesidad de su acompañamiento espacial. El Hospital Vargas, decretado por Juan Pablo Rojas Paúl en 1888 y puesto en funcionamiento en 1891 fue la principal respuesta a esa demanda. Su misión fue ser un hospital general, y se solicitó expresamente en el decreto que se pareciera al hospital Lariboisière de París. Fue proyectado por Jesús Muñoz Tébar, quien a la sazón era Ministro de Obras Públicas y su construcción fue dirigida por los ingenieros Manuel Vicente Huizi y Rafael Silveira. Se convirtió en centro de enseñanza a partir de 1895, actividad que continúa desempeñando hasta el presente.

 

De arriba a abajo: El modelo del sistema de pabellones y su difusión: El hospital Lariboisière de París, diseñado por M. P. Gauthier en 1854 y el hospital Vargas de Caracas

La serpiente de Esculapio se muerde la cola: entre bloques y pabellones

La pregunta sobre cómo debe ser el diseño hospitalario ha estado siempre en el tapete. Independientemente de las penetrantes observaciones de Michel Foucault sobre el opresivo control social en prisiones, manicomios y hospitales, la necesidad de optimizar las formas de prevención y atención de las enfermedades remite también a una genealogía menos pesimista. Un problema básico en la arquitectura de los hospitales –presente también en los hoteles– concierne a las formas de disposición de habitaciones y servicios de diferentes dimensiones. Por otra parte, la evolución en el diseño está, como ha mencionado Sonia Cedrés de Bello, vinculado a variaciones en los conocimientos de la medicina, tecnologías constructivas, tipos de prestación de los servicios y los avances en materia de computación y equipamiento (5).

Los primeros establecimientos funcionaron en edificaciones concentradas, casas o mansiones acondicionadas. A medida que crecieron y se vincularon con las órdenes religiosas, adoptaron formas de claustros o se anexaron a aquellos. El siguiente paso fue la creación de plantas en forma de cruz, generando cuatro naves habitacionales, como en Santa María la Nueva en Florencia, una configuración que supuso, como Nikolaus Pevsner ha argumentado, una revolución en la planificación de hospitales. A medida que se requirieron más habitaciones, se ensayaron formas radiales, para aumentar el número de salas, con cinco o más grupos de habitaciones en torno a un espacio central, un partido no muy fácil de llevar a cabo por sus complicaciones geométricas.

En el siglo XVIII se dieron dos variantes que permanecerían en el tiempo: el sistema de pabellones y las colonias. El primero consistió en varias hileras de edificaciones alargadas –que contenían usualmente un espacio común donde se colocaban las camas de los pacientes– dispuestas en forma de peine en torno a una zona o eje central provisto de servicios generales, como la capilla y luego, en psiquiátricos, el teatro. La aceptación total de este esquema llegó con la puesta en funcionamiento del hospital Lariboisière en París, antes mencionado, diseñado por M. P. Gauthier en 1839, el cual fue considerado el ejemplar fundamental de un nuevo tiempo en el diseño hospitalario. El término “pabellón” se ha mantenido; frases como “entrar a pabellón” son sinónimo de procesos quirúrgicos. Por su parte, las colonias eran conjuntos de pequeñas edificaciones separadas, ubicadas en terrenos periféricos, las cuales eran usadas generalmente como asilos para el aislamiento.

En el siglo XX se retornó a la forma concentrada del hospital en varios niveles, pues con la bacteriología se hizo innecesario el aislamiento, llegando incluso a adoptarse el esquema vertical del rascacielos. Este tipo de edificación resuelve la superposición de zonas de habitación y de servicios en forma de zigurat o “torta de cumpleaños”, mediante un paralelepípedo contentivo de las zonas de habitación asentado sobre un basamento horizontal, o podio, donde se emplazan los servicios, consultorios y áreas de emergencia. En el constante oscilar de los tipos edilicios, la segunda mitad del siglo trajo esquemas menos centralizados, distribuciones horizontales con patios del tipo mat building o conjuntos de edificaciones cuasi independientes interconectadas semejando pequeños sectores urbanos, con lo cual se retornó a la dialéctica de bloques y pabellones, a veces sintetizada en un mismo edificio. Más recientemente, con nuevas formas de representación y construcción, es posible superponer volúmenes liberados de la tradicional regulación geométrica y cromática, como muestran el Centro Médico Universitario de la Universidad de Rush en Chicago, de Perkins & Will o el Hospital Rey Juan Carlos de Madrid, de la oficina de Rafael de La-Hoz, ambos del año 2012.

 

Figura 5. Los tipos edilicios en transformación: claustros, pabellones, bloques

La mano de los maestros: proyectos modernos para la salud

El diseño de hospitales, por su complejidad no ha sido un tema fácil para la especulación espacial. Se trata de una arquitectura con notables demandas programáticas y funcionales, al punto de haberse convertido en una de las primeras especialidades académicas y punto de encuentro de disciplinas en busca de optimización y estandarización de criterios. Superando esas dificultades, la modernidad trajo algunos ejemplos paradigmáticos de la mano de los “maestros” de la arquitectura del siglo XX quienes, quizá con la notable excepción de Mies van der Rohe, lidiaron con el tema, aunque sin ser este la parte más distintiva de su producción.

Le Corbusier y Pierre Jeanneret proyectaron la Ciudad de Refugio en 1933, para 500 personas en situación de necesidad. Luego realizarían la propuesta de Hospital para Venecia (1962-65), extremando la importancia del patio, la cubierta y la pared. Walter Gropius y el grupo TAC fueron consultores del conjunto Michael Reese en Chicago y ocho de sus edificaciones en 1946 (cerrado en 2009). Frank Lloyd Wright tuvo intervención en al menos cuatro consultorios médicos, siendo de interés la Clínica Fasbender en Hastings, Minnesota, una obra póstuma de 1959, con sus formas poligonales y cubierta dominante de cobre. Pero serían los arquitectos de la generación inmediata, Alvar Aalto y Louis Kahn quienes mostrarían los mayores logros. El primero realizó el Sanatorio Antituberculoso de Paimio en Finlandia entre 1929 y 1933, un conjunto que se dio a conocer mundialmente por su arreglo geométrico orgánico y su bloque laminar de habitaciones. Por su parte, la oficina de Louis Kahn proyectó varias edificaciones relacionadas con la investigación médica y tratamiento de enfermedades. Es el caso de los Laboratorios Médicos Richards en Filadelfia, el Hospital de Dacca, diversas propuestas para el Hospital Psiquiátrico de Filadelfia y el Instituto Salk para estudios Biológicos, de 1959.

En España, José Luis Sert, J. Clave y J. B. Subirana realizaron el Dispensario Central Antituberculoso en Barcelona en el año 1936, Fernando García Mercadal proyectó el Gran Hospital de Zaragoza (1947) y el ambulatorio en la calle Modesto Lafuente de Madrid (1950) y, más recientemente, Rafael Moneo y José María de la Mata diseñaron el Hospital Materno Infantil de Madrid, una edificación doble de ocho patios, cuya fachada con el gran letrero de Maternidad se muestra en el film La piel que habito (2004), de Almodóvar.

 

Figura 6. Alvar Aalto, Sanatorio Antituberculoso de Paimio, Finlandia, 1928-33. Oficina de Le Corbusier, propuesta para hospital en Venecia, 1965

Centralidad de la salud: un siglo XX hospitalario en CCS

En materia de salud bien vale la sentencia de Mariano Picón Salas sobre la aparición del siglo XX en diferido en Venezuela, pues sería a partir del año 1936 con la creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (antes mezclado con Agricultura y Cría) y su División de Malariología que se brindaría impulso a la profesionalización de la medicina. Sin embargo, siempre hay precedentes; uno fue el giro del área de influencia de Europa a Norteamérica, bajo las nuevas condiciones que estableció la explotación petrolera y el crecimiento de la influencia hemisférica de los Estados Unidos. Pudiera decirse que, con excepción del Hospital Vargas, fueron las instalaciones de las empresas petroleras –con más de diez hospitales y unidades especializadas en el país– las que establecieron los estándares avanzados de atención a la salud. Ello reforzado por la notable influencia de los Rockefeller y sus empresas y fundaciones en la formación de personal, apoyo a programas de prevención y atención de enfermedades y proyecto y ejecución de edificaciones. El intercambio se inició con la visita de la Fundación Rockefeller en 1916 para asesorar al gobierno sobre la fiebre amarilla, algo que se mantuvo en el tiempo hasta la formalización de un programa de cooperación en 1926 el cual rindió diversos frutos como la presencia de personal experto del extranjero, el apoyo a las campañas sanitarias, la formación de personal médico y de enfermería, las visitas a hospitales norteamericanos y el soporte a proyectos arquitectónicos.

En esas primeras décadas del siglo XX fueron pocas las nuevas construcciones hospitalarias en Caracas. Quizá la más notable fue la Policlínica Caracas (1930-33) en La Candelaria, proyectada por Carlos Guinand Sandoz y desaparecida en la década de 1960. Guinand fue también autor del proyecto de la Clínica Maracay en 1930 (hoy Ambulatorio Urbano Dr. Efraín Abad Armas), un bloque de dos patios en la plaza Bolívar de esa ciudad; del Sanatorio Antituberculoso Simón Bolívar de El Algodonal en 1939 (siguiendo el esquema aceptado de seis pabellones de dos niveles y balcones continuos con un bloque central de servicios) y un primer proyecto para el Ortopédico Infantil. Al conjunto de El Algodonal se sumarían luego el Sanatorio Luisa Cáceres de Arismendi, del arquitecto Fernando Salvador, en 1945, como bloque en “T” y balcones curvos, el Pabellón de Terapia Ocupacional y Rehabilitación, de 1948-50, el Sanatorio Tipo B, en 1953 y el Edificio Nacional Tuberculosis en 1954.

Tras la muerte de Gómez, la necesidad de modernizar los servicios de salud del país estimuló el desarrollo de programas de investigación y creación de instituciones especializadas, muchas de las cuales contaron con el apoyo técnico y financiero internacional. De esos primeros años son los inicios del Anticanceroso Luis Razetti en Cotiza (1936), el cual con el Hospital José Gregorio Hernández (1941) y el Hospital Municipal Rísquez (1947) generaría un nuevo nodo asistencial en este sector de la ciudad.

 

Figura 7. Atención especializada: antituberculoso en El Algodonal y anticanceroso Luis Razetti

Es de destacar el rol desempeñado desde mediados de siglo por la División de Ingeniería Sanitaria del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (MSAS) y la Dirección de Edificaciones Médico Asistenciales del Ministerio de Obras Públicas (MOP). De la sinergia entre ambas surgió un cuerpo técnico especializado en la arquitectura para la salud. De hecho: “El trabajo de diseño de hospitales dejó de ser asunto de un profesional contratado por alguno de estos Ministerios, para ser trabajo de un equipo de profesionales agrupados y amparados en una institución” (6).

El MSAS fue tanto proyectista como elaborador de una serie de normas que afectaron la realización de la arquitectura en el país. También funcionó como el organizador en términos regionales de una red sanitaria que iba desde unidades de menor jerarquía o dimensión como la medicatura rural y el centro de salud hasta los hospitales generales con más de 300 camas y los hospitales especiales. El arquitecto exiliado español Fernando Salvador Carreras (1896-1972) fue instrumental en el diseño de proyectos y las instancias de respuesta, al crear en 1944 la Sección de Arquitectura del MSAS y desempeñarse a partir de 1950 como arquitecto en la Dirección de Edificaciones Médico-Asistenciales del MSAS.

De la década de 1940 son los hospitales J. M. de los Ríos, el San Juan de Dios, la Clínica Santa Ana de San Bernardino y, muy especialmente, el siguiente gran hito en Caracas, el complejo médico de la Ciudad Universitaria, que da inicio a las obras del nuevo campus. Este complejo se organizó acorde a un esquema axial clásico con su centro en el Hospital Clínico flanqueado por los institutos de Anatomía y Medicina Experimental y rodeado por los institutos de Higiene, Anatómico-Patológico y Medicina Tropical y la Escuela de Enfermeras.

El clínico, ajustado al estado del arte del momento, con sus 1.200 camas y 1.658 ambientes en torno a dos patios y cuatro alas a cada lado con balcones corridos, se convirtió en uno de los mayores y mejores hospitales en América Latina. Allí inició sus trabajos en el campus Carlos Raúl Villanueva –quien había realizado en conjunto con Herman Blasser el proyecto del Manicomio de Catia (1931-33) y se atribuye su participación en la Leprosería Nacional de Los Caracas–. Los proyectos hospitalarios, a pesar de lo usual en la crítica arquitectónica que asigna el trabajo a un solo autor, son en su esencia interdisciplinarios. En este caso se contó con aportes de especialistas venezolanos y norteamericanos como Armando Vegas Sánchez, Guillermo Herrera Umerez, Tomas R. Ponton, Edgar D. Martin, Edgar Pardo Stolk y la oficina de Proctor, Freeman & William Henry Mueser en estructuras e instalaciones. Se contaría también con la participación de artistas como Mateo Manaure.

Vale la pena mencionar que, si bien el esquema axial del campus fue transformado bajo parámetros modernos por la aparición del nuevo centro del Rectorado y la Plaza Cubierta, que alcanzan las cotas de lo sublime, a decir de Silvia Hernández, el viejo corazón ha seguido latiendo, con incorporaciones como la Planta de Vacunas del Instituto Nacional de Higiene de Puchetti y Rengifo en 2012. Si bien el nuevo corazón ha sido argumento principal para la inclusión de la Ciudad Universitaria en la Lista del Patrimonio Mundial, la salud ha seguido siendo central en la Central, tanto arquitectónicamente como en lo institucional; baste mencionar que, en materia de la conducción de sus destinos, a partir de 1900, más de dos tercios de sus rectores (29 de 42) han provenido de la Facultad de Medicina (cuatro rectores han sido ingenieros y ningún arquitecto hasta la fecha). Proporción no muy diferente desde la década de 1950, cuando 13 de los 19 rectores han sido de igual procedencia.

Acompañando los esfuerzos del sector público en la década de 1940, aparecieron centros de salud privados como el Hospital Ortopédico Infantil (originalmente Poliomielítico de Caracas), el cual surgió con la finalidad de prevenir y tratar la enfermedad del polio en los niños. Su origen está asociado al interés de Eugenio Mendoza en establecer una fundación que replicara el modelo de la Fundación Rockefeller y su énfasis en los temas de la salud. El proyecto inicial del hospital fue realizado por Carlos Guinand Sandoz y Jaques-Andre Fouilhoux, con apoyo de Wallace K. Harrison y soporte financiero de la familia Rockefeller.

De la misma década de 1940 es el Centro Médico de San Bernardino. Para ese momento existían pocas clínicas privadas, entre las cuales se puede mencionar la Caracas, Córdoba, Razetti, González Lugo y Fermín Díaz. Había un rezago entre la infraestructura existente y la demanda para este tipo de servicio y las personas con medios de fortuna optaban por tratarse en los Estados Unidos. A esa demanda se sumaban los requerimientos del personal de las empresas petroleras y los de una clase media en franca expansión.

Buscando generar un centro que concentrara todas las especialidades, un grupo de médicos, inspirados en el modelo de la Clínica Mayo de Nueva York, comenzaron a madurar la idea recibiendo propuestas de las oficinas de arquitectura locales de Gustavo Wallis y Stelling y Tani. Esta última recibió el encargo, con asesoría de los mismos Ponton y Martin del Clínico Universitario. Sin estar totalmente terminada la construcción, el Centro Médico se puso en servicio en 1947. El volumen se inscribe en una manzana rodeada de vías, manteniendo el esquema de bloque con los consultorios y servicios en los pisos inferiores y las habitaciones y pabellones en los superiores. Con el crecimiento de la actividad asistencial, se dieron ampliaciones dentro de la parcela, tratamiento del paisajismo y creación de muro exterior. Desbordando la parcela original se crearon anexos en inmuebles cercanos y pasos subterráneos de conexión y bloques de estacionamiento, dando inicio a un nuevo distrito médico.

 

Figura 8. Las clínicas privadas: El Centro Médico de San Bernardino

Entretanto, la campaña de construcción de hospitales del sector público seguía avanzando. De mediados de siglo son la Maternidad Concepción Palacios, inicialmente Casa Municipal de Maternidad Concepción Palacios, de la década de 1930, con el nuevo edificio de considerables dimensiones y cerca de 500 camas, inaugurado en 1956 y ampliado en 2010; el Hospital de Niños J. M. de los Ríos (1957); los hospitales Médico-Quirúrgicos de Catia y Valle-Coche y el Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo (1955-60), atribuido a Luis Malaussena.

 

Figura 9. Grandes bloques especializados. De arriba a abajo: La Maternidad Concepción Palacios y el Hospital Militar Carlos Arvelo

En la década de 1960, bajo la figura de un Plan Nacional, se incorporaron 27 nuevos grandes hospitales en el país, de los cuales varios se construyeron en Caracas. En el Oeste el José Gregorio Hernández en los Magallanes de Catia y el Pérez Carreño en La Yaguara. En el Este el Juan Domingo Luciani en El Llanito, de Elena Seguías y Nelson Douhahi cuya construcción se extendió por varias décadas hasta su inauguración en 1987. En 1974 se construyó el Hospital Materno Infantil de Caricuao, proyecto de la oficina de Eduardo Guillén.

El sector privado no se quedó atrás; una paleta amplia destaca nombres como los de las clínicas Santa Sofía, Sanatrix, Ávila, La Floresta, Vista Alegre, Atias, Las Mercedes, San Román, Santa Cecilia, Santiago de León, Metropolitana y Leopoldo Aguerrevere (de Elena Seguías y Carlos Pons). Ese esfuerzo conjunto del sector público y privado rindió sus frutos, como se ha visto en la elevación de indicadores de calidad de vida. Ello vino en paralelo con la disponibilidad de una arquitectura para la atención primaria y la hospitalización; en 1935 había apenas 3.644 camas en 51 hospitales, en 1946 se llegó a 12.700 camas, a 21.500 en 1956 y a unas 48.000 en 1990, de las cuales alrededor de 11.000 pertenecían a instalaciones del sector privado. En años posteriores se redujo la construcción de grandes piezas, dedicando mayores recursos a la atención primaria, con cerca de 300 ambulatorios en el país.

Para finales del siglo XX e inicios del XXI se dieron nuevas incorporaciones, como el Hospital de Clínicas Caracas en San Bernardino, inaugurado en 1985, según proyecto encomendado a una firma de Chicago, con asesoría local de Elena Seguías de Ruiz y Jesús González y el Centro Médico Docente en La Trinidad con asesoría en el plan maestro de la firma de Bertrand Goldberg (1985) y ampliación con torre de hospitalización (2008) y el Cardiológico Infantil de Montalbán de Carlos y Lucas Pou (2005) y sus Residencias vecinas, de Edgar Aponte y Linda Pérez (2007).

 

Sanidad y esperanza generalizada: hospitales y doctores de ficción

La visita realizada a los centros de salud no suele ser tan frecuente o divertida como la realizada a otros tipos de edificación, pero es sin duda mucho más memorable. Ambulatorios y hospitales son figuras corrientes en el paisaje cotidiano, al igual que la figura de los médicos, enfermeras y personal paramédico, a medida que los sistemas de seguridad social se extienden, incluso en países con menor tradición en la atención pública a la salud.

Una de las visitas sin necesidad de internación al mundo de los establecimientos de salud se da virtualmente, a través de los medios audiovisuales; en los Estados Unidos se han producido más de 50 series alusivas al tema, en las cuales se dibuja la figura de los practicantes de la medicina y su ambiente arquitectónico. Una de ellas, Hospital General, ostenta Record Guinness, pues es la segunda de mayor duración en la historia, ya que se viene transmitiendo desde 1963. De esa época era el Dr. Kildare, personaje que evolucionando desde su función de interno catapultó al actor Richard Chamberlain en un ficticio gran hospital metropolitano y sus espacios interiores, el Hospital General Blair, mostrado en la presentación de cada capítulo de esta serie que contó con la asesoría del American Medical Association, como se muestra en el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=cngAbboOQz8

Complementando ese imaginario de la profesión y sus lugares, en años recientes ha aparecido toda una pléyade de médicos geniales en la televisión, desempeñándose en distintas clínicas y salas de emergencias, como el Dr. House, en un edificio que en realidad no es un hospital, sino un comedor y centro cultural (el Princeton University Frist Campus Center). Por su parte, la serie Grey’s Anatomy, la cual arrancó en el año 2005, ha sido una de las de mayor duración y toma lugar en un también ficticio Hospital Memorial Grey-Sloan. En otros países también se han producido series por el estilo; reproducida en variaciones de radio, cine y televisión en diversos países, la exitosa telenovela El Derecho de Nacer causó furor en Venezuela entre 1965 y 1967, con el personaje del doctor Albertico Limonta interpretado por Raúl Amundaray.

 

Figura 10. Lugares y profesionales de ficción: el hospital en Dr. House y el doctor Albertico Limonta en El Derecho de Nacer

 

Salud y crisis: de Hipócrates a Kevorkian

En los últimos tiempos ha habido importantes transformaciones en el mundo de la medicina: la masificación de la seguridad social y las empresas aseguradoras, la búsqueda de eficiencia energética, la telemedicina, entre otras. Nuevos medicamentos y técnicas no intrusivas permiten que no sean requeridos grandes periodos de hospitalización, dándose mayor difusión a la atención de tipo ambulatoria, con lo cual el índice de demanda de camas per cápita ha ido reduciendo y con ello la dimensión de muchos centros.

En Venezuela la marca de la década de 2000 fue la aparición del sistema de misiones de salud como sistema paralelo al existente, con apoyo de personal médico internacional. Como regla general se extendió la construcción de edificaciones de poca presencia arquitectónica, si las comparamos con otras del mismo tipo en países vecinos. Más recientemente, se habla de una gran crisis de la salud en el país con la reaparición de enfermedades que se suponía superadas, retrocesos evidentes en la prevención y tratamiento de afecciones de la salud, la cuantiosa emigración de personal médico y de enfermería y la escasez de insumos, equipos y medicamentos. Un panorama que en los términos fílmicos de Román Chalbaud pudiera denominarse “Del Pandemónium a la Pandemia”.

Es curioso que haya sido Hipócrates, nativo de Cos, quien haya propuesto la idea de crisis, término que se aplica al estado de salud en el país hoy, cuando inclusive algunos pacientes hacen un llamado a las autoridades para la aplicación de la eutanasia o suicidio asistido, solicitando el derecho a bien-terminar, como el médico Jack Kevorkian predicaba.

Pero es la vida el foco de interés de la medicina y el hospital. Las redes, infraestructura y edificaciones, provenientes del esfuerzo de más de un siglo, permanecen. La arquitectura, ese cuerpo que es albergue de los rituales y redes de la salud sigue ahí, aún en estado de deterioro, a la espera de unos hábiles remiendos que le retornen la salud.

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Notas

1. Lewis Mumford. La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas. Buenos Aires: Infinito, 1979 (orig. 1961), p. 100

2. Nikolaus Pevsner. A History of Building Types. Nueva York: Princeton University, 1976

3. Roger Escalona. “Los antiguos hospitales de Caracas (Desde su fundación hasta la inauguración del hospital Vargas)”. En: Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, vol. 55, no. 1-2, 2006.

4. Margarita Escudero. “Hospitales”. En: El desafío de la historia, no. 34, 2012, pp. 48-55

5. Sonia Cedrés de Bello, “Desarrollo Tecnológico y construcción de los hospitales venezolanos en el siglo XX”. En: Tecnología y Construcción, vol. 23, no. 1, 2007

6. Ana Elisa Fato Osorio. Arquitectura para el aislamiento. Hospitales especiales y modernización a mediados del siglo XX en Venezuela. Tesis Doctoral, UCV, 2012, p. 278

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Fuentes de las imágenes

Figura 1: http://monumentshistoriques.free.fr/batir/cisterciens/st-gall.html

Figura 2: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ecoleamphitheatre.jpgy Jean-Nicolas-Louis Durand. Précis of the Lectures of Architecture. Los Ángeles: The Getty Research Institute, 2000, p. 279

Figura 3: Girolamo Benzoni. La historia del mondo nuouo. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y https://caracascuentame.wordpress.com/2016/08/15/ultima-hora-en-caracas-se-armo-la-sampablera/

Figura 4: http://iala.udc.es/2015/10/p07-hopital-lariboisiere.html y Ministerio de Obras Públicas. Memoria y Cuenta, 1930-1931.

Figura 5: Elaboración propia, diagrama Alejandra Tarazona

Figura 6: http://archweekpeopleandplaces.blogspot.com/2013/05/ralph-rapson-in-finland.html y https://www.archdaily.com/789025/ad-classics-venice-hospital-proposal-le-corbusier

Figura 7: Postal navidad 1940. Antituberculoso El Algodonal ©ArchivoFotografíaUrbana y Postal navidad 1940. Anticanceroso Luis Razetti ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 8: Centro Médico de San Bernardino, Caracas, sin fecha | Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 9: Maternidad Concepción Palacios, Caracs, ca. 1955 | Foto Palacios ©ArchivoFotografíaUrbana y Hospital Militar, Caracas, ca.1975 | Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 10. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/8b/Princeton_Frist_Campus_Center_back.jpgy http://www.estampas.com/estampas/anteriores/301005/aniv52_4

El presente artículo, séptimo de una serie de nueve, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en conjunto con la Fundación Espacio y el Archivo Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre países.


En un “bosquecito sombrío”, según John Lavin, a cinco kilómetros y medio del aeródromo de Maracay, construyó Juan Vicente Gómez en 1922 su última y definitiva casa. Llamó al lugar “Las Delicias”, Lavin (1) nos la describe así:

 

“Como obra humana era una arquitectura monstruosa, como no se había visto jamás en Venezuela, ni antes ni después. De dos pisos y construida toda de madera, tenía al frente y detrás una escalera que conducía a la galería superior que daba la vuelta completamente al edificio. Desde la puerta de hierro de la entrada, un camino para autos y caminos en alto bordeándolo con flores y arbustos conducía a la sencilla puerta del frente. Un arroyo corría susurrando cerca dándole aires de romanticismo a la mansión”.

 

Fig. 1. Quinta “23 de Mayo” o “El Mirador”, última residencia de Juan Vicente Gómez, Las Delicias, Maracay, 1922-1930

 

Si bien tan temprano como en 1911, Gómez había huido de Caracas y recalado en Maracay, convirtiendo una modesta casa de la Plaza Girardot en residencia presidencial, la construcción de esta nueva casa implicaba una noción de refugio, aunque no sería hasta 1930 en que se trasladaría definitivamente a su “nuevo hogar”. La necesaria relación que habría de mantener con Caracas, ciudad que le resultaba hostil e incómoda, marcaría los últimos años del régimen gomecista. En palabras de Luis Enrique Osorio, “Gómez amaba poco la vida cortesana del Ávila y prefirió hacer su paraíso en el calor de Aragua, entre fábricas y vacadas” (2).

Pero volvamos a la “casa de retiro”. La habitación que escogió Gómez como dormitorio estaba en un ángulo de la parte trasera de la casa. La perspectiva del paisaje habría de complacer sus bucólicas apetencias; sin embargo, su atención debía dirigirse perennemente hacia la que debía ser la habitación más importante de la casa: aquella en la que se encontraba dispuesto el telégrafo, el medio de comunicación que permitía gobernar un país desde este terruño, proyectando su condición “abstracta” de poder y control, lo que convertía en apenas un murmullo, tic-tic tiqui, a la cada vez más distante ciudad de Caracas.

 

Alambres conductores del pensamiento

El 6 de enero de 1838, Samuel Morse probó con éxito el telégrafo electromagnético que había desarrollado junto al maquinista e inventor Alfred Vail, con quien había creado igualmente el código Morse. En 1843 logró que el Congreso de los Estados Unidos aprobara la construcción de una línea experimental de 60 kilómetros entre Baltimore y Washington. El 1 de mayo de 1844 se completó la línea en el Capitolio. El 24 de mayo, Morse hizo la primera demostración pública de su invento, enviando un mensaje desde la Cámara de la Corte Suprema al ferrocarril de B & O en Baltimore.

 

Fig. 2. El pintor estadounidense convertido en inventor Samuel Morse (1791-1872) envía el primer telegrama público desde la cámara de la Corte Suprema en el Capitolio, Washington, DC, a Baltimore, el 24 de mayo de 1844. Morse envió el mensaje “¿Qué ha hecho Dios?”

 

A comienzos de 1851, dos comerciantes norteamericanos domiciliados en Caracas, Louis Baker y Salomon Humphrey, se interesaron en conocer el telégrafo de Morse, dado el extraordinario éxito que había alcanzado en Estados Unidos (3). Entusiasmados, se trajeron un aparato a Venezuela con el que prepararon una demostración pública de “electricismo”, así denominaron a la exhibición de dichos aparatos, un espectáculo por el que cobraron entradas a fin de mostrar la “comunicación instantánea” por medio de “alambres conductores del pensamiento”. Y si bien intentaron venderle al gobierno el proyecto, con exclusividad de diez años, la proposición fue descartada alegando la imposibilidad de otorgar contratos exclusivos de tal categoría. Sin embargo, tres años después el Congreso Nacional aprobaría una ley que autorizaba al Ejecutivo a celebrar contratos con particulares en relación con “objetos de utilidad pública”, y en junio de 1855 se le otorgó al ingeniero español Manuel de Montúfar, quien se había perfeccionado en Estados Unidos en la técnica de comunicación de Morse, el derecho exclusivo de ejercer por quince años la telegrafía electromagnética en el país. En 1856 se inauguró una línea telegráfica entre Caracas y La Guaira, y en 1858 se instalaron las oficinas telegráficas de Valencia y Puerto Cabello. La Guerra Federal decretaría el fin de esta tratativa comunicacional y las líneas quedarían destruidas, hasta 1875, año en que Guzmán Blanco nacionalizó el telégrafo eléctrico, y extendió la red por todo el país. De hecho, en 1882 se inauguró el servicio con Colombia.

Así pues, las primeras décadas del siglo XX marcarían la progresión del sistema en Venezuela. En 1912 se instalaron los primeros equipos de telegrafía dúplex Morse, pasando en 1921 al sistema cuádruplex, que permitía a 4 operadores transmitir y a otros 4 recibir simultáneamente por una sola línea. Y ese mismo año se instaló la telegrafía inalámbrica ¡Oh sorpresa! en Maracay. Los teleimpresores se instalaron en 1924 entre Caracas y Maracay. La publicación oficial gomecista Venezuela en 1924daba cuenta de la importancia de la red telegráfica, que alcanzaba para entonces los doce mil kilómetros, “con la adaptación de los métodos más modernos y la instalación de ocho estaciones radiotelegráficas”. El libro incluía fotos del edificio de los Telégrafos y Teléfonos Federales, en Caracas, y del edificio de Correos y Telégrafos en Maracay, así como de las estaciones radiotelegráficas de Maracay y Puerto Cabello. Los “alambres conductores del pensamiento” facilitaban el dominio del territorio.

 

Fig. 3. Edificio de los Telégrafos y Teléfonos Federales, Caracas, 1924

Proyecciones del cine

Al igual que en el París de los hermanos Lumière, en la Maracaibo de finales del siglo XIX fueron una pareja de hermanos, Manuel y Guillermo Trujillo Durán, los autores de las primeras películas filmadas en el país: Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo y Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa, que presentaron al público el 28 de enero de 1897, en el Teatro Baralt. La primera, filmada en un ámbito exterior natural, la segunda, filmada en un ámbito interior construido, se sumaban para delinear los ámbitos fundacionales del cine en Venezuela. Para la proyección utilizaron un vitascopio que habían adquirido en Nueva York a Thomas Alva Edison y que se considera el primer aparato de su género que llegó a Suramérica. Sin embargo, este inicio precoz no tuvo su correspondencia en el desarrollo de las actividades cinematográficas del país.

 

Fig. 4. Hermanos Lumière, París, 1895, y Manuel Trujillo Durán, Maracaibo, 1897

Fechas como las del primer centenario de la independencia en 1911, tan proclives al gusto de los regímenes autoritarios, propiciaron que el gobierno de Gómez contratara al norteamericano Henry Zimmerman para registrar los actos oficiales, en lo que sería el germen de las Revistas Cinematográficas, precursoras a su vez de los Noticieros. Zimmerman traerá al país el primer laboratorio de revelado profesional, adquirido de Fox Film en Nueva York, y en él procesará no sólo filmes oficiales sino diversos largometrajes y cortos, uno de su propia realización: La dama de las cayenas (1913), una parodia de La dama de las camelias, que se supone es el primer largometraje argumental del país. Una década después, y utilizando cámaras filmadoras adquiridas al New Jersey Institute Photography, Edgar Anzola y Jacobo Capriles filmarían la novela de Rómulo Gallegos, La trepadora (1924), que presentarían como “la primera película venezolana de arte”.

 

Fig. 5. Edgar Anzola y Jacobo Capriles, fotograma de La trepadora, 1924

Y si bien para ese año de 1924 el número de salas de cine en Caracas era reducido, en menos de una década se pasaría a la astronómica cifra de treinta y tres salas, entre las que destacaban los cines Ayacucho, Principal y Teatro Caracas. El dominio amplio del cine sobre el público se infiltraba lentamente en todas las manifestaciones cotidianas. Julio Morales Lara hacía notar lo difícil que resultaba escapar de su influencia, ya que pocas personas “podían considerarse indiferentes” ante su “dictadura”. Así pues, el cine saltaba de la oscuridad de la sala a la calle “y al interior de muchas casas”. Las stars imponían desde la penumbra sus gestos y caprichos y por las calles caraqueñas circulaban mujeres “calcadas en Greta, Joan o Marlene”. La palabra se sumaba a esta “proyección” del cine, y la tonada arrabalera de Carlos Gardel se transfería de la pantalla a las “gargantas y guitarras” de los capitalinos, quienes durante mucho tiempo coreaban sus canciones, complementando de esta forma el “proceso cinemático”. (4)

 

Fig. 6. Rafael Bergamín y Enrique García Maldonado. Teatro Ávila, calle Sur nro. 50, Caracas, 1938-1939

Pero el éxito del cine en Caracas tenía su contrapartida en las funciones “privadas” que todas las noches disfrutaba Gómez con su camarilla en su casa de Maracay. En esas reuniones cinematográficas, una de las pasiones del dictador, se “estrenaban” las películas que luego vendrían a Caracas. Por supuesto que el “benemérito”, en su actitud de “padre abnegado y protector”, decidía qué podía verse y qué no. La sala de censura de Maracay “filtraba” los filmes de próxima exhibición en Caracas, sobre todo si tenían algún tipo de crítica o descrédito del gobierno alemán. La conocida admiración de Gómez por ese país servía de compensación ante el fracaso de su cine en Caracas, de enorme producción para la época, pero que empalidecía ante el triunfante cine norteamericano y su exportación de modelos y símbolos.

Y el control férreo sobre dicho medio se extendía hasta la instalación, por iniciativa de Efraín Gómez, sobrino del dictador, de los Laboratorios Nacionales en Maracay en 1926, con el propósito de producir las Revistas Cinematográficas que divulgarían la obra de gobierno, y que tanto agradaban al benemérito. La década de 1930 se inauguraba con la proyección de las primeras películas sonoras en el país, en el Teatro Bolívar de Caracas; y en 1933, Efraín Gómez traería el primer equipo de sonido, produciéndose en 1934 la primera Revista Cinematográfica con efectos sonoros. Así pues, el “anunciado” final de la mudez cinematográfica coincidía con el momento en el que el régimen de Gómez, epítome del silencio, llegaba a su año final.

Taboga (1938), cortometraje de Rafael Rivero, y El rompimiento (1939), largometraje de Antonio Delgado, basado en el sainete del mismo título de Rafael Guinand, serán las películas que den el paso del cine silente al sonoro en Venezuela. El cine, y el país, de alguna forma comenzaban a hablar, dejando atrás el autoritarismo gomecista e iniciando una suerte de período de transición con el gobierno de López Contreras. Significativa sería en este sentido la aventura cinematográfica de Rómulo Gallegos, quien a la postre resultaría ser el primer presidente electo en Venezuela, y quien en 1938 crearía Estudios Ávila, empresa con la que produciría, entre otros, el filme Juan de la calle (1941), escrito por él mismo. En enero de 1940, Gallegos inauguraría en Los Rosales los estudios cinematográficos de Estudios Ávila, los primeros del país, y anunciaría el proyecto de filmar Doña Bárbara. La fundación de Bolívar Films en 1940, empresa que se introduciría con fuerza en la producción, entre otros rubros, de comerciales, tal como puede verse en la siguiente muestra de los años 40: Comerciales Venezolanos de los años 40

La realización de La escalinata (1950), de César Henríquez, incursión del cine venezolano en el realismo crítico, señalarían hitos fundamentales de esta época. Pero otra década de dictadura y autoritarismo estaba próxima a fijar su particular relación con los medios de comunicación y con el cine en particular.

 

Fig. 7. “Rómulo Gallegos en Hollywood y en Caracas”, 1938

Y es que, a pesar de su “arraigo” nacionalista, el gobierno de Pérez Jiménez “mostró poquísima sensibilidad hacia el cine propio, encaminando su empeño solo hacia su uso como propaganda política” (5). El principal objetivo fue siempre el ámbito de difusión internacional, para lo cual la campaña cinematográfica del país fue asignada por primera vez a una compañía extranjera, Hamilton Wright Organization, Inc. Esta empresa formaba parte del grupo de agencias internacionales que se especializaban en la representación de los intereses de gobiernos extranjeros en los Estados Unidos, así como se encargaban de la resolución de las necesidades de difusión y divulgación, supuestamente a nivel comercial y turístico, de dichos gobiernos, por lo que al final asumían diversos roles como promotores, propagandistas, conformadores de grupos de presión y como “lobbystas” en general. La naturaleza de las actividades de estas agencias fue puesta en duda hacia 1963 por el senador J. William Fulbright, quien celebró una serie de audiencias sobre las “actividades no diplomáticas” que ellas desarrollaban. El Comité Fulbright fue específico en la definición de tácticas y técnicas de relaciones públicas objetables en nombre de gobiernos extranjeros, pautando una lista de siete actividades de este tipo que eran reprobables. Entre las agencias que quedaron bajo el escrutinio más bien hostil del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estaba Hamilton Wright, dirigida por padre e hijo, que seguía promoviendo gobiernos extranjeros en los Estados Unidos. La empresa, fundada en 1908, fue severamente dañada por estas audiencias, de hecho se disolvió hacia 1970.

Hamilton Wright inauguró en 1952 una filial en Venezuela con el objeto de producir materiales para divulgar en el exterior el nuevo plan de la nación. El equipamiento y personal involucrado en la producción eran foráneos y el equipo humano permanecía en el país el tiempo mínimo para cumplir con sus tareas. La postproducción del material fílmico tenía lugar en la sede principal de la empresa en Nueva York. Para lograr “uniformidad en los discursos”, independientemente del idioma a utilizar, el presidente de la firma, según José Miguel Acosta:

 

“(…) aprueba un texto en inglés que sirve de matriz para el comentario que, centrándose en la modernización física del país, acompañará las imágenes de las noticias en sus distintas ediciones. Un equivalente de ese texto se incluye en los artículos y notas de prensa que se publicarán sobre Venezuela en el extranjero”.

 

Los noticiarios de cine difundían prioritariamente “las labores administrativas, culturales y deportivas promovidas por el Gobierno”, y los documentales daban a conocer “las actividades económicas: petróleo, minas, pesca, agricultura y turismo”. El primer noticiario se estrenó en Caracas el 23 de noviembre de 1951, y anunciaba que “Venezuela se prepara para un gran festival deportivo”. El quinto noticiario se refería a la construcción de un “súper Centro Rockefeller” en Caracas: el Centro Simón Bolívar, llevando como título: Venezuela Building a Super Rockefeller Center, y se exhibía en los principales cines de la capital. Venezuela gradúa sus West Pointers, Un nuevo presidente, País maravilloso, e Inauguración del hotel Tamanaco son algunos de los títulos de los 18 noticiarios procesados y difundidos por la Hamilton Wright Organization de Venezuela entre finales de 1951 y comienzos de 1954. Pero quizás el noticiario de mayor difusión fue Inauguración de la autopista Caracas-La Guaira, que mostraba dicho acto de inauguración, de fecha 2 de diciembre de 1952, y que tuvo una amplísima distribución a través de las revistas más importantes del momento: Fox Movietone Newsreel, Universal Newsreel, Metro Goldwyn Meyer-News of the Day, Pathè Newsreel y Paramount Newsreel. El exceso hiperbólico de este “documental”, señalaba Acosta, registraba el rimbombante comentario de ser, la autopista Caracas-La Guaira: “la obra de ingeniería más importante de América, comparable al canal de Panamá”.

El trabajo de Acosta da cuenta también de la cooperación entre Hamilton Wright Organization y algunas de las grandes compañías de Hollywood. Las películas Bolívar Bonanza (1953, Universal International), The Golden Tomorrow (1955, Warner Bros) y el documental La Nueva Venezuela (1954) realizado por la Twentieth Century Fox para la Oficina Nacional de Información, son prueba de ello. La Nueva Venezuela constituye además “la primera película venezolana realizada con el novedoso cinemascope, contando además con sonido estereofónico y technicolor”. Su estreno “se llevó a cabo a tan sólo tres meses de la primera demostración de tal sistema en nuestro país, en diciembre de 1953”, lo que ponía de manifiesto “el estrecho vínculo de nuestra cinematografía con el poder político”.

Sin embargo, podemos anotar como colofón de todo este “faraónico” esfuerzo las palabras de Ricardo Tirado, para quien los noticieros perezjimenistas —que se exhibían en las salas de cine— sólo “mostraban inauguraciones fastidiosísimas”. (6)

 

Días de radio

La primera emisora de radiodifusión con servicios regulares estaba situada en Pittsburgh, y se identificaba con el distintivo KDKA. Fue puesta en funcionamiento en noviembre de 1920 por la Westinghouse. En 1922 se otorgó a la British Broadcasting Company (BBC) la primera licencia de radiodifusión en Inglaterra. Para ese año existían 500 emisoras en Estados Unidos y 34 en Canadá. El medio radio apareció en Venezuela hacia 1925, luego de que se convenciera a Juan Vicente Gómez de que “sería un instrumento inofensivo para el régimen”. La primera licencia de operación se otorgó al coronel Arturo Santana, Roberto Scholz y Alfredo Moller, pero en realidad sería en 1926 cuando constituirían una incipiente estación designada con las siglas AYRE. Esa experiencia duró muy poco, por lo que la historia de la radio en Venezuela suele señalar 1930 como el año iniciático, que es cuando salió al aire la primera programación regular de la 1-BC (Broadcasting Caracas). Se puede afirmar que la primera emisora -AYRE-, en términos de estructura de poder, “nace muy ligada al régimen (‘oficialista’)” y la segunda -1-BC- “constituye de alguna manera el inicio de la radio comercial- privada en Venezuela. Desde ahí hasta nuestros días”. (7)

 

Fig. 8. Las ondas hertzianas “vuelan”: dirigible de la KDKA con una antena experimental a bordo, década de 1920

La Broadcasting Caracas fue una iniciativa de William H. Phelps, propietario del Almacén Americano, a instancias de Edgar Anzola, quien trabajaba en dicha empresa. En principio, se pensó en la radio como una forma de promover los productos que el almacén vendía, entre ellos los propios aparatos de radio RCA, electrodomésticos Frigidaire, máquinas de escribir Underwood y autos Ford; y, de hecho, se hizo “uso de los propios vendedores del almacén como responsables” de los contenidos, lo que, en palabras de Manuel Silva-Ferrer, era “ya un síntoma de lo que sería luego el campo de los medios audiovisuales en el país”, y la emisora, agrega, “comenzó a estructurar su programación organizando minuto a minuto la comercialización de espacios con fines publicitarios”. Por tanto, los programas comenzaron a identificarse con “marcas” comerciales, sobre todo norteamericanas, que “entrarían” en los hogares venezolanos a través del espacio radiofónico. De esta forma, la Broadcasting Caracas, cuya primera transmisión, el 9 de diciembre de 1930, cubrió “simbólicamente” la ceremonia de colocación de la estatua de Henry Clay en la plaza ubicada al lado del Teatro Nacional, primer senador norteamericano en proponer al Congreso de su país el reconocimiento de la independencia de Venezuela, pasaría luego a ofrecer programas “como ‘La Caravana Camel’, ‘Desfiles Chesterfield’, ‘Sonrisas Colgate’, o el que sería por muchos años el único noticiero de la radio y luego de la televisión, el famoso ‘Reporter Esso’”.

 

Fig. 9. Almacén Americano, Esq. Pajarito a La Palma, Caracas, 1920 / William H. Phelps Sr. taxidermista, ca.1940 / Edgar Anzola, Radio Caracas, s/f

 

El espacio radial “primigenio” del país se construyó, por tanto, en la segunda planta del Almacén Americano. Estaba integrado por un estudio grande para los conciertos y otro pequeño para los conferencistas y anunciadores. Había también una sala de espera para músicos y cantantes. Y en la Caracas de los 30, el sonido y la ciudad se expandirían por igual. Con la multiplicación de los aparatos de radio, afirmaba Morales Lara, se podría “ir de un extremo a otro de la ciudad” escuchando el mismo programa musical. En todas las ventanas y puertas, la radio imponía su presencia y la ciudad se volvía un “detal” de música donde cada uno “toma lo que guste”.

La radio será protagonista de primera línea de los acontecimientos del momento. Tras el fallecimiento de Gómez, en diciembre de 1935, López Contreras, recién designado presidente provisional, dirige una alocución radial al país a través de la Broadcasting Caracas. Por primera vez el pueblo escucha la voz de un presidente, razón por la que López Contreras será conocido como el “ronquito”. Pero el cambio que parecía anunciar con dicha acción se vería comprometido el 14 de febrero de 1936, cuando una multitud cercana a cincuenta mil personas se dirija a Miraflores. López Contreras logrará superar la crisis y poco después de los graves acontecimientos, hablará de nuevo por la radio, pero en esta ocasión para informar sobre su programa de gobierno, el primer programa de gobierno del siglo, llamado Programa de Febrero. Ese mismo año decidió crear la Radio Nacional, primera emisora oficial del país.

 

Fig. 10. Eleazar López Contreras durante su discurso de transmisión de mando en el Congreso Nacional. Caracas, 5 de mayo de 1941

Ese 14 de febrero de 1936 será angustioso también para la Broadcasting Caracas. En medio de saqueos generalizados, una turba antigomecista llegó a las puertas de la radioemisora, pero Edgar Anzola, director de la misma, la salvó con una breve arenga:

 

“¿Contra quién están ustedes? Esta empresa es privada. No es de los Gómez. Precisamente ahora no sale al aire porque está suspendida por dar noticias al pueblo. Nosotros también somos víctimas del gomecismo. Y siguió impetuoso: ‘Les prometo una cosa. Desde hoy saldremos al aire sin permiso. Y con un nombre criollo: Radio Caracas” (8).

 

Por tanto, esa noche la “‘Broadcasting’ pasó al archivo de la historia de la radiodifusión porque salió al aire ‘Radio Caracas’”. Y esta emisora tendría el primer “noticiero” radial, un “diario hablado”, que creó Mario García Arocha, y luego siguió haciendo Francisco Cosandra, en el que no se podían decir sino las noticias aparecidas en los periódicos (La Esfera, El Universal y El Heraldo).

 

Fig. 11. Personajes de la radio. Radio Caracas, década de 1940

En 1937 se creó Estudios Universo, la primera radio en contar con un edificio especialmente construido para la emisora. Estaba ubicada en El Paraíso, frente al Hipódromo. Los fundadores fueron Mario García Arocha, Felipe Macía y Alfredo Cortina. El edificio tenía dos pisos y fue realizado por Carlos Alberto Berrizbeitia. Contaba con un gran estudio y con otro más pequeño, aparte de un auditorio grande, “separado por vidrio, en donde cabían cerca de 200 personas”. Fue la primera emisora en propiciar un espacio especialmente pensado para el público en sus instalaciones. En su sala de control se instaló el primer grabador profesional de discos que hubo en Caracas.

 

Fig. 12. Construcción de Estudios Universo en El Paraíso, Caracas. El anuncio dice: “este Edificio es el Primero Que se Construye en Venezuela Especialmente Para Radio”

Otra arista que cubría la radio era, metafóricamente, la de viajar por el país. Al respecto, Alfredo Cortina señalaba lo siguiente:

 

“Sentíamos la obligación de cuidar ese “juguetico” que era la radio. Queríamos crear un ambiente de suspenso y aprovecharlo para decir cómo era Venezuela. Entonces, las carreteras eran malísimas; los viajes hacia Maracaibo y Ciudad bolívar se hacían en barco; hasta pasaporte había que sacar porque el vapor tocaba en Curazao. El pueblo podía enterarse cómo se vivía en el interior porque nosotros, por decirlo así, lo trasladábamos a través de la radio” (9).

 

Fig. 13. Alfredo Cortina en su estudio, Caracas, 1979

En todo caso, el “juguetico” funcionaba desde las 6 a.m. hasta las 12 de la noche, y los programas, añade Cortina, “consistían principalmente en novelas, programas musicales de calidad, música bailable; ya se usaban mucho los discos, y las orquestas tocaban en la radio, porque no había grabación”. Sin embargo, la radio procuraría ocupar otros espacios, de mayor sentido social y educativo. En 1947, por ejemplo, se llevó a cabo “La Campaña de Alfabetización”, que incluía enseñanza escolar por radio. Pero en 1949 irrumpirá el gran suceso de la radio de esa época: la difusión por Radio Continente de la radionovela El derecho de nacer, escrita por el cubano Félix Benjamín Caignet: “La trama elemental del hijo natural –lugar común de la sociedad tradicional venezolana– conjugada con la del ascenso y la mezcla social, se convirtieron en todo un suceso para una sociedad en plena transformación” (10), perfilando el “proceso de configuración de una cultura de masas en Venezuela” en la que la radio, además, en el caso concreto de El derecho de nacer, “comenzó a influir de manera generalizada en las rutinas cotidianas urbanas.” Pero con la popularidad de estas series radiales llegó también la censura. A comienzos de los 50, el gobierno militar considerará algunas de ellas ofensivas a la moral, prohibiendo “su transmisión; por ejemplo, Mujeres en mi vida, El dolor de ser pobre, Divorciados y Los hijos del pecado” (11). A esta medida siguió la aplicación de un Reglamento de Radiodifusión.

Y si bien el surgimiento de la televisión en los 50 supondría un golpe para la radio, ésta renacería en la Venezuela de los 90 gracias a la consolidación de la FM. La tecnología que el ingeniero Edwin Armstrong probó en 1934 desde un laboratorio ubicado en la cima del recién construido Empire State, y que denominó Frecuencia Modulada, sufrió un enorme rezago debido a la guerra emprendida en su contra por la RCA, la mayor fabricante de receptores de radio, y propietaria de la primera red norteamericana de radio, la NBC. Sintiéndose amenazada por la nueva tecnología, la RCA no sólo arruinó a Armstrong, sino que lo llevó a lanzarse de su apartamento en un piso 13 de Manhattan. Sin embargo, la FM terminaría imponiéndose y, en la Venezuela de fin de siglo, potenciaría la aparición de programas pensados para aligerar el tráfico de esa ciudad automotora a la que se ha referido Lorenzo González Casas en uno de los artículos de esta serie, programas en los que la informalidad y el desenfado acabarían con la locución distante de otros tiempos, propiciando una radio participativa en la que el público joven deliraba con una nueva generación de comunicadores. Tal era el espíritu “juvenil” que se imponía, que hasta las generaciones “anteriores” pasaron a ser designadas bajo la denominación edulcorada de “adultos contemporáneos”.

 

Televisión: censura primigenia

“Bajo una férrea censura, tutelada por la mirada amenazante de la dictadura, nace en los años 50 la televisión”, así de tajante nos recordaba Jesús Sanoja Hernández la condición primigenia bajo la que apareció la televisión en Venezuela, condición a la que parece haber retornado desde hace cerca de una década, como si quisieran hacernos creer que se trata de una “marca genética”.

 

Fig. 14. Primeras imágenes televisadas en Caracas, 1950

Para Silva-Ferrer, la expansión del ideario petrolero de la mano de los medios de comunicación de masas desempeñará un rol determinante hacia mediados del siglo XX, ya que la radio y la televisión tendrán, en general, un papel preponderante en los procesos de modernización cultural del país, en detrimento incluso de la educación. Paradójicamente, las primeras imágenes televisadas serían las de unas operaciones realizadas en el Hospital de la Cruz Roja, transmitidas al Hotel Ávila, en donde se armaría un evento con el fin de convencer a un grupo de empresarios de invertir en dicha tecnología.

El grupo Phelps también incursionaría en el medio Televisión con la aparición de Radio Caracas Televisión en 1953, mientras que la familia Cisneros diversificaría en 1960 el negocio de las embotelladoras con la compra, por parte del patriarca Diego Cisneros, de las acciones de Televisa, empresa que había sido constituida en 1952 y que estaba vinculada a Radio Continente pero que tuvo que declararse en quiebra. Un año después crearían una nueva televisora: Venevisión. Curiosamente, en 1969 incursionarían en la radio, haciendo el camino inverso de los Phelps. Pero, en general, los grupos económicos más importantes estarían centrados en torno a la televisión, presentando una tendencia a la concentración vertical.

 

Fig. 15. Técnicos y empleados de Radio Caracas Televisión realizando pruebas antes de su inauguración, 15 de noviembre de 1953 / Olga Guillot canta en el primer show de Venevisión, 27 de febrero de 1961

 

La televisión sólo comenzó a jugar un papel político en 1958, con un breve mensaje de Pérez Jiménez, en el que declaró conjurados el golpe de Estado de Hugo Trejo y el alzamiento de la Aviación. Y luego, tras la caída de la dictadura, el 23 de enero de 1958, propició programas de debates y “cumplió un papel importante en la liquidación de las sublevaciones de Castro León y Moncada Vidal, así como en la divulgación de los resultados” de las elecciones de diciembre de 1958.

 

Fig. 16. Manifestantes entran a la sede del diario El Nacional. Caracas, 23 de enero de 1958

A lo largo de la década de los 60, se haría palpable que en la conformación del sistema televisivo venezolano estuvieron presentes las tres grandes transnacionales de la comunicación: la NBC formará parte de la composición accionaria de C.A. Radio Caracas, empresa que operaba a Radio Caracas Televisión; Venevisión estará estrechamente ligada a la ABC, de hecho, numerosos programas de dicha compañía formaban parte de la “parrilla” televisiva del nuevo canal; y Cadena Venezolana de Televisión, CVTV, que fue lanzada al aire en 1964, siendo propiedad del empresario cubano Goar Mestre, contaría con la participación de la CBS.

Un género esencial televisivo lo fue el “noticiero”, siendo “El Observador Creole” el programa que por antonomasia identificó a dicho género. Y, de hecho, la televisión fue capital en la difusión de “la noticia del siglo”, pues el 20 de julio de 1969, por primera vez en la historia, un ser humano caminó sobre la superficie lunar. Y Venezuela fue, con Colombia, uno de los dos únicos países sudamericanos que presenciaron en directo la hazaña. RCTV transmitió en vivo el despegue, y tres días después paralizó al país con las imágenes en directo de la llegada a la luna de Armstrong, Aldrin y Collins. En las tiendas de electrodomésticos —como la General Electric de Sabana Grande—, los televisores permanecieron encendidos toda la noche. Curiosamente, CVTV retransmitió el evento “en horarios más cómodos y con la imagen más nítida”, según anunciaban, entre las 7:30 am y a las 9:30 pm del 21 de julio. Sin embargo, la emoción ya no sería comparable a la vivida en la insomne jornada anterior.

 

Fig. 17. Primera emisión de El Observador Creole, con Francisco Amado Pernía, Radio Caracas Televisión, 16 de noviembre de 1953

 

A diferencia de la radio, y por encima de su ubicuidad, las televisoras terminaron conformando en el imaginario capitalino territorios “físicos” vinculados con la noción de “distritos” y “constructores” de contextos. Así pues, Radio Caracas Televisión se convirtió en una representación de Quinta Crespo, así como Venevisión lo fue de Colinas de los Caobos, o Venezolana de Televisión resultó indisociable de Los Ruices. La década de los 70 estuvo marcada, entre otras cosas, por la adquisición por parte del Estado venezolano de la emisora CVTV en 1974, que pasaría a llamarse Venezolana de Televisión, VTV. En sus primeros años, su programación estuvo encadenada a la de la Televisora Nacional (canal 5), pero poco tiempo después se convirtió en la cara televisada de los intereses del gobierno de turno, y en el siglo XXI sería propiedad “exclusiva” del gobierno. La Televisora Nacional cerrará la década con el anuncio en 1979 del inicio de sus transmisiones a color, llegando los primeros aparatos a los hogares venezolanos hacia 1980. Y esa nueva década terminará el 27 de febrero de 1989 con el llamado Caracazo. Y luego, durante los primeros años de los 90, la televisión cambiaría el rumbo del país.

 

Edificios “mediados”

El crecimiento de los medios de masas en el siglo XX tuvo su correspondencia en el surgimiento y consolidación de la “ciudad de masas” y, además, en la irrupción de una arquitectura pensada y diseñada en función de ese carácter masivo. La ciudad de Caracas, como capital del país y epicentro del crecimiento y atracción de grandes masas poblacionales, fue un reflejo de ello, con la aparición de “soluciones” habitacionales, de grandes dimensiones, que pretendían dar respuesta a las exigencias que esa “nuevo” tipo de ciudad generaba. Pero también se manifestó otra forma de representación de esa ciudad masiva, con la irrupción de torres que competían por convertirse en hitos, tal cual las torres medievales que levantaban las familias adineradas de la población de San Gimignano. Y es que diversas edificaciones de la Caracas de la segunda mitad del siglo XX trataron de asociar sus programas funcionales con distintos medios de difusión, promoción y comunicación, tanto impresos como radioeléctricos y/o audiovisuales, exhibiendo una notable correspondencia con los modos de vida urbanos y tratando de “refulgir” como referencia visual en medio de la ciudad. Otros, en cambio, se convirtieron en objeto de difusión ellos mismos, procurando mostrar internacionalmente un imaginario arquitectónico inserto en una caracterización moderna del país.

Por ejemplo, la Torre Polar, que albergaba un teatro con 1.300 plazas y un auditorio para 280 personas, contaba también con una estación de televisión. Pero el edificio que más concitó tanto el uso como la difusión en los medios fue el Helicoide. La lista de periódicos y revistas internacionales que mostraron interés en la edificación fue enorme, y todos ellos asumieron el ideario de una obra “que proporcionará a Caracas el centro comercial más importante y moderno en las Américas y en el mundo entero”. Aparte de ello, el Helicoide emitió su propio:

“Boletín Informativo, para los propietarios de tiendas e inversores potenciales, en el que se proporcionó información sobre el proceso de construcción. Su primer número fue publicado en abril de 1959, coincidiendo de alguna manera con el último número de la revista Integral, también ese año” (12).

Por otro lado, era un edificio basado en “una compleja red de hormigón armado inherentemente combinada con tecnología de telecomunicaciones de vanguardia”. Y, por supuesto, en el proceso de proyecto “se planificó una estación de radio: Radio Helicoide”, que era un “medio local para difundir las actividades del centro y dar a conocer las diversas ofertas de los comercios”.

Pero, en relación con el imaginario urbano de Caracas, la arquitectura se identificó sobre todo con un medio primario, que había alcanzado un desarrollo extraordinario a mediados del siglo XIX gracias a la revolución industrial: la prensa. De hecho, la capital se llenó de torres identificadas con medios de comunicación y/o con familias propietarias de medios, pero principalmente periódicos, como Torre La Prensa, Torre El Universal, Edificio El Nacional, Torre Phelps, Torre Capriles, etc.

 

Fig. 18. Torres Polar, Phelps y Capriles. Vista hacia Plaza Venezuela, Caracas, ca. 1975 / Torres medievales, San Gimignano

Mas esa iconografía urbana de los medios tradicionales comenzaría a ser afectada por el desarrollo de las tecnologías de la producción, información y comunicación, que propiciaron la irrupción de una simultaneidad temporal entre puntos cada vez más distantes en el espacio. Internet, las telecomunicaciones, la movilidad e interconectividad crecientes afectaron, y están afectando sustancialmente nuestra experiencia del tiempo y del espacio, por lo que la arquitectura habrá de redefinirse en un contexto distinto y singular.

Pero a nivel mediático internacional, la arquitectura quedaría vinculada por siempre a una “decapitación simbólica”, al atentado contra las torres gemelas de Nueva York, que el mundo presenció el 11 de septiembre de 2001 “en vivo y directo” a través de la televisión.

 

Del “pistoletazo de salida” a la “salida del aire”

Siguiendo a Silva-Ferrer, los medios audiovisuales fueron “el espacio privilegiado en el que los venezolanos, a falta de libros y escuelas, comenzaron a modelar las ilusiones de un mundo moderno por la vía del consumo”. Y es que, como Beatriz Sarlo ha señalado, la modernidad en América Latina envolvió “un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas” (13). Súbitamente, las importaciones se convirtieron en la forma más evidente de visualización del imaginario petrolero de Venezuela, constituyéndose en eslabón vital del circuito de “realización de la renta del petróleo”.

Un medio en particular marcaría el discurrir (o descarrilamiento) que ha llevado el país en el siglo XXI. El paisaje urbano se pobló a comienzos de los 90 de antenas parabólicas tal como lo había hecho de antenas receptoras de TV en los 60. Pero el papel crucial de la televisión en la Venezuela de la década final del siglo XX quedaría marcado por la impronta de aquel “por ahora” que, en apretada síntesis, luego extraviada en bochornosas e interminables alocuciones en cadena, sumiría a la Venezuela del siglo XXI en la constatación de la ilusa modernidad que había signado gran parte del siglo del que se despedía. La emergencia de un “magma” premoderno, que había quedado subyacente bajo la desmedida y excluyente pretensión modernizadora, así como la exaltación hiperbólica del estado rentista petrolero, “estado mágico” en palabras de Fernando Coronil, que había suplantado la construcción de riqueza por la “irrigación” del súbito maná (mene) caído de los cielos (o de los suelos), propiciaba la aparición de cualquier tipo de proyecto, por más sin sentido que éste fuera.

Y ese medio televisivo, que había transmitido el escueto mensaje encantador de serpientes, sería posteriormente territorio de una implacable labor de censura, traducida en el cierre, entre otros, de emisoras, televisivas y radiofónicas, utilizando para ello eufemismos, y suspendiendo concesiones, lo que paradójicamente comenzó por una emisora como Radio Caracas Televisión, que en 1930 había marcado el “pistoletazo de salida” de los medios radiofónicos en el país, y que en 2007 sería silenciada en su versión televisiva –condenada a otro “pistoletazo de salida” pero esta vez signado por el término “salida del aire”–, exponiendo impúdicamente la pretensión de quitar sistemáticamente de “en medio” a los medios, y de abolir el “espacio” crítico y de disenso en la Venezuela del siglo XXI.

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Notas

1. John Lavin. Una aureola para Gómez. Caracas: Distribuidora Continental, s/f (orig. 1954), p. 362.

2. Luis Enrique Osorio. Democracia en Venezuela. Bogotá: Editorial Litografía Colombia, 1943, p. 59.

3. Guillermo García Arrieche. “Telégrafo”, en Fundación Polar, Diccionario de Historia de Venezuela 4. Caracas: Fundación Polar, 1997 (orig. 1989), pp. 33-34.

4. Julio Morales Lara. Huella Errante. Crónicas de la Vida y del Paisaje Venezolano. Maracay: Ediciones de la Agrupación “Sergio Medina”, 1942.

5. José Miguel Acosta. “Nuevo Ideal y Cine Nacional”, Literales, Tal Cual, fin de semana 25 y 26 de agosto de 2012, p. 18.

6. Ricardo Tirado. “Reencarno a alguien que trabajó en el cine. Ricardo Tirado”, “Pasiones de los venezolanos”, Edición Aniversaria El Nacional, 3 de agosto de 2007, pp. 9-11.

7. Manuel Silva-Ferrer. “Venezuela: The Modern Oil Nation. Globalización, Estado, cultura y comunicación en torno al enclave petrolero”, Tiempo y Espacio, no. 63, Caracas: Universidad Pedagógica Experimental Libertador/Instituto Pedagógico de Caracas, 2015, enero-junio, pp. 35-53.

8. Manuel Alfredo Rodríguez. Tres décadas caraqueñas 1935-1966. Caracas: Monte Ávila Editores, 1975.

9. Alfredo Cortina citado en Etna Mijares, dir. y coord. Cuarenta años después, Juan Liscano, prólogo. [Caracas]: Inversiones Cinematográficas Mapanare C.A., 1982, p. 100.

10. Silva-Ferrer, op. cit., pp. 46-47.

11. Jesús Sanoja Hernández. “Años de diversión y silencio”, “Un retrato de nuestros tiempos 1943-2004. Los cincuenta”, Edición Aniversaria El Nacional, 3 de agosto de 2004, p. B-2.

12. Jorge Villota Peña. ¡Los Hiperyanquis! Arquitectura moderna en Venezuela durante los años 50. Tesis Doctoral, The Universityof Texas at Austin, 2014, p. 234.

13. Beatriz Sarlo. Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión, p. 29.

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Fuentes de las imágenes

Figura 1: http://urbenaragua.blogspot.com/2012/01/puesta-en-valor-del-patrimonio-urbano_17.html

Figura 2: http://delanyco.com/2015/11/13/yesterdays-disrupters-are-todays-modern-conveniences-the-telegraph/

Figura 3: http://mariafsigillo.blogspot.com/2013/07/historia-menuda-de-santiago-de-leon.html

Figura 4: https://www.biografiasyvidas.com/monografia/lumiere/ http://www.notitarde.com/homenaje-a-manuel-trujillo-duran/cultura/2016/11/20/1037137/

Figura 5: http://visor.com.ve/cine-mudo-1897-1936/largometrajes-mudos-1897-a-1936/

Figura 6: Henry Vicente. Arquitecturas desplazadas. Rafael Bergamín y las arquitecturas del exilio español en Venezuela. Tesis Doctoral. Universidad Politécnica de Madrid, 2014

Figura 7: Elite nº 645, Caracas, 12 de febrero de 1938, p. 19, en José Miguel Acosta Fabelo, “Rómulo Gallegos y el cine venezolano: Estudios Ávila (1938-1942)”, http://av.celarg.gob.ve/GallegosMultiple/cinematografia.htm

Figura 8: Brett Davis. “KDKA: Broadcasting’s Pioneer Station”, The Pennsylvania Center for the Book, 2010 fall.

Figura 9: https://caracascuentame.wordpress.com/2017/03/24/las-ondas-hertziana-se-expanden-sobre-caracas-gomez-enciende-la-radio/ http://www.fotoseimagenes.net/william-h-phelps-sr / https://lahistoriadelosmedios.wordpress.com/tag/edgar-anzola/

Figura 10: Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 11: Cortesía Paul Urdaneta, en Etna Mijares, dir. y coord. Cuarenta años después, Juan Liscano, prólogo. [Caracas]: Inversiones Cinematográficas Mapanare C.A., 1982

Figura 12: Alfredo Cortina ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 13: ©Vasco Szinetar

Figura 14: Colección Elite, en Etna Mijares, op. cit.

Figura 15: https://caracascuentame.wordpress.com/2017/05/29/por-las-calles-de-caracas-rctv-hizo-television/comment-page-1/ Ibid.

Figura 16: Jorge Humberto Cárdenas ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 17: https://fotogaleriaweb.wordpress.com/2016/08/19/animadores-y-locutores/

Figura 18: Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana / http://www.vivetoscana.com/patrimonio-de-la-humanidad-de-la-unesco-en-toscana/

Nota: El presente artículo, segundo de una serie, forma parte, como se dijo con antelación, de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada por los autores en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo de la Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre los Estados Unidos y Venezuela.

 


 

Si bien el proyecto de modernización urbana venezolana ha sido producto en gran medida del impacto petrolero, no sería hasta las décadas de 1940 y 1950 que las multinacionales petroleras construirían sus edificios-sede en Caracas. Esta decisión indicaría un sesgo temporal y programático en la actuación de dichas empresas en el territorio. Tras casi cuarenta años de presencia, sustentados en un esquema de ocupación nómada, altamente utilitario, de pronto incidían en el paisaje urbano a través de edificios que serían la imagen legible de lo que hemos denominado Distritos Petroleros, enmarcando así los diversos sectores en los que se fueron desenvolviendo, bajo una condición urbana particular, intereses, servicios, dinámicas y residencias asociados a dichas petroleras, teniendo a dichas sedes como núcleos de centralidad.

 

Presencia de las compañías petroleras en Caracas 1920-1940

Las compañías petroleras Shell, británico-holandesa, y Standard Oil, estadounidense, cuya importancia en el país creció a partir de la década de 1920, basaron su actividad en una política de extracción y exportación, sin ningún tipo de arraigo, que se correspondía perfectamente con la fundación de campamentos petroleros (Fig. 1), en los que desarrollaron paisajes y estándares de vida muy distintos a los existentes en el país. Sin embargo, su presencia en la capital fue discreta. La sede de la Shell, por ejemplo, ubicada en la esquina de Mijares, no representaba sino una división más de la compañía. Las oficinas de la Standard Oil se ubicaron hasta 1928 en la sede de la West Indian Oil Company, entre las esquinas de Marrón y Cují. Ese mismo año se trasladaron a la llamada “Casa del Príncipe”, en la Plaza España (Fig. 2). Para 1929 Venezuela era el mayor exportador de petróleo en el mundo y en 1932 la Standard Oil se convirtió en la mayor empresa petrolera de Venezuela. Ese año se mudó a una casa ubicada entre Veroes y Jesuitas, que fue ampliada al año con la adquisición de la casa vecina. Allí permaneció la Standard hasta 1940, cuando dicha casa se convirtió en la sede del Banco Central de Venezuela.

Así pues, para la época del gobierno de Eleazar López Contreras, las oficinas de la Standard Oil habían tenido varias sedes, y todas ellas, al igual que las de la Shell, se ubicaban en el centro de Caracas, lugar de las actividades financieras y comerciales de la ciudad.

Figura 1. El campamento minero como imagen mental de un país. Cleveland, Oklahoma, 1905 / Mene Grande, sin fecha

Figura 2. Sedes que son elocuentes. Edificio Standard Oil, Los Ángeles, 1926. George W. Kelham / Sede Standard Oil, antigua Plaza España, Caracas, 1928

Decisión de edificar las sedes de las compañías petroleras en Caracas 1940-1945

En la década de los 40 se promovió un cambio en las relaciones de las petroleras con el país. Como marco fundamental de dicho cambio hay que destacar la Ley de Hidrocarburos de 1943. Dicha Ley fue posible gracias a la coyuntura de la guerra y se convirtió en un hito de la transformación de Venezuela en una nación petrolera y, como ha remarcado Fernando Coronil, confirmó el papel dual del Estado “como poder soberano y como terrateniente”. Como requerimiento especial de la Ley, se dispuso que el diez por ciento del petróleo extraído de las nuevas concesiones debía ser refinado en el país. Igualmente, es pertinente señalar la relación que Estados Unidos y Venezuela sostuvieron a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, dada la condición del país como principal surtidor durante el conflicto, así como la “Política del Buen Vecino” de Roosevelt. También resulta clave para entender los procesos del momento la nacionalización del petróleo llevada a cabo en México y Bolivia.

Este conjunto de hechos obligó a las principales compañías petroleras tanto a construir refinerías en el territorio venezolano como a edificar sus sedes principales en Caracas, cambiando la tradicional política de adquisición o alquiler de edificaciones en el centro de la ciudad. La Creole inauguró la Refinería de Amuay en 1950, y la Shell la de Cardón en 1949. En cuanto a las sedes, en 1940 ya la Standard Oil había comenzado un proceso de división en distintas sedes: una parte de la compañía se mudó al edificio Zingg, el resto se ubicó en una casa situada entre las esquinas de Cuartel Viejo y Pineda. En 1943 tomó la decisión de consolidar todos sus intereses en Venezuela en una sola compañía: la Creole Petroleum Corporation. Esta decisión conllevó a centralizar las oficinas en una sola sede. Igualmente, la Shell decidió hacia 1945 centralizar la dirección de la empresa en Caracas, lo que implicó, por supuesto, la construcción de un edificio digno de tal propósito.

 

Distritos Petroleros en Caracas

Tal como ha señalado Lorenzo González Casas, “un nuevo estrato de modernidad apareció en Caracas a mediados del siglo XX. Tres procesos contribuyeron de manera decisiva a la conformación de dicho estrato: la profunda transformación de la estructura social urbana, la voluntad de creación de un medio físico nuevo y una amnesia histórica generalizada”. Como hemos señalado en otro artículo, el petróleo proveyó mucho más que divisas a Venezuela; proveyó los medios para “intentar” alcanzar la modernidad.

El concepto de Distrito Petrolero permite visualizar las diversas zonas de la ciudad en las que se fueron desenvolviendo los intereses y las dinámicas asociados a las petroleras, fundamentados sobre una matriz física e ideacional común y un “estilo de vida” nuevo, cuyo correlato fue la irrupción de procesos de segregación espacial y urbana, identificables con la noción de “campamento” y de suburbio, y con criterios de representación opuestos a una “otredad”, anacrónica, que no conjugaba con el afán “modernizador” de dichos Distritos. Estos “Distritos” fueron trasladándose en el mapa de la ciudad a medida que se iban mudando las corporaciones petroleras, pero todos ellos compartieron un imaginario común de “intensificación de la modernidad” sustentado en un singular nivel de equipamiento y servicios respecto a otros territorios urbanos. Se caracterizaron también por una forma de ocupación que planteaba la reunión del trabajo y la residencia en un mismo territorio, “replicando” en este sentido la experiencia de los campamentos petroleros.

 

La Candelaria y San Bernardino petroleros

En un artículo de prensa de 1998, Ibsen Martínez rememoraba el tiempo en el que La Candelaria estaba en el centro de lo que él llamaba “el circuito petrolero caraqueño”. Y, en efecto, constituye La Candelaria el primer “Distrito Petrolero” de Caracas, entendiendo éste como el comprendido entre el Hotel Ávila, según Martínez “confín norte del circuito petrolero caraqueño”, y la plaza Morelos de Los Caobos (Fig. 3). Nodo fundamental de este distrito fue la presencia de la Embajada de Estados Unidos en San Bernardino (Fig. 4). Ocupaba el edificio Valderrey (1948), obra del ingeniero Emilio Solórzano Yánez. Y es que podemos trasladar a la idea de Distrito Petrolero la noción del “radio” de disposición en el que debían situarse las residencias de los empleados de la embajada. Residencia y trabajo reunidos.

 

Figura 3. La ciudad petrolera y la ciudad de los distritos petroleros. Calle 6ta. y Avenida Cincinnati, Tulsa, Oklahoma, 1949 / Distrito Petrolero La Candelaria-San Bernardino. Avenidas Vollmer y La Estrella, San Bernardino, Caracas, sin fecha

Figura 4. Embajada: la forma en que un Estado se hace presente en otro. Antigua Embajada Estados Unidos, México DF, 1951. Mario Pani y Jesús García Collantes / Antigua Embajada Estados Unidos, San Bernardino, Caracas, 1948. Emilio Solórzano Yánez

La Creole construyó en 1944, en la Plaza Mohedano, su primer edificio-sede en Venezuela, introduciendo la noción de “trabajo corporativo” (Fig. 5). Dicho edificio, se ubicó en el lugar en que hoy se encuentra el Hotel Alba (antiguo Hotel Caracas Hilton). La Plaza Mohedano era una redoma en Los Caobos, alrededor de la cual se ubicaban en forma radial diversos edificios relevantes como la Escuela Experimental Venezuela y el Jai Alai (sobre el que se edificó la sede de la Creole), encontrándose un poco más al este los Museos de Bellas Artes y Ciencias. A partir de 1953 se llamará Plaza Morelos debido a la estatua allí colocada. Pero, a pesar de las dimensiones del edificio, las nuevas oficinas resultaron insuficientes y la compañía se vio obligada a rentar varias edificaciones en la zona: las quintas La Caraqueña, Margot, Ocho y la de la Clínica, así como los edificios San Luis Rey y Esso, originalmente diseñado para ser el Hotel Los Caobos. Esso, por cierto, es un acrónimo de Standard Oil: S. O.

 

Figura 5. Las formas de trabajo corporativo en sus diversas latitudes. Edificio Standard Oil, Río de Janeiro, 1935. Robert Prentice / Edificio de la Seguridad Nacional, antiguo Edificio Creole Petroleum Corporation, Los Caobos, Caracas, 1958

En tanto, la Shell contrató a Badgeley & Bradbury, una compañía de arquitectura de Nueva York, para la elaboración del proyecto de su edificio sede. El sector elegido fue San Bernardino, la primera urbanización yuxtapuesta al centro de la ciudad con un esquema de ocupación territorial diametralmente opuesto a éste, de ejes y nodos estrellados, pero contando también con modelos de habitación aislada, suburbanos. La construcción tomó más tiempo del pensado. En la inauguración del edificio, en 1950, W. L. Forster, gerente general de la Shell, señaló que la razón de la demora fue la dificultad para obtener los materiales debido a la escasez producto de la Segunda Guerra Mundial. El edificio siguió un esquema beauxartiano de edificio cabecera que actuaba como remate visual de un eje claramente establecido, la avenida Vollmer, y era considerado “el edificio de oficinas más grande de la ciudad” (Fig. 6).

 

Figura 6. Volúmenes rotundos en contextos dispares. Octava Iglesia de Cristo Científico, Nueva York, 1951. Clarence Dale Badgeley / Urbanización San Bernardino. Atrás el edificio de la Comandancia General de la Armada, antiguo Edificio Shell, Caracas, sin fecha. Badgeley & Bradbury

 

Otra empresa petrolera estadounidense que se ubicó en San Bernardino fue la Mene Grande Oil Company considerada la tercera en producción tras la Creole y la Shell. Durante muchos años sus oficinas estuvieron en el edificio Vulcania, hasta que se produjo la mudanza al Este, en 1966. En cambio, otra empresa, como la Compañía Consolidada de Petróleo, posteriormente denominada Sinclair Venezuelan Oil Company, optó por ocupar cinco plantas del recién construido Edificio Phelps (1946), obra del arquitecto estadounidense Clifford C. Wendehack, ubicado entre las esquinas de Veroes a Ibarras. De esta manera, la compañía mantuvo una ubicación central, pero en una edificación moderna.

En cuanto a los equipamientos y servicios, citamos la descripción de San Bernardino hecha por Plinio Mendoza Neira en 1951:

 

“Más que un barrio residencial es una ciudad, una gran ciudad moderna. Aquí hay 1.350 parcelas urbanizadas, 22 kilómetros de Avenidas, 20.320 metros cuadrados de parques, enormes edificios, magníficos hoteles, clínicas, almacenes, fuentes de soda, colegios, quintas de ágil arquitectura”.

 

Allí se establecieron los mejores hoteles de la época: el Waldorf (1944), Potomac (1949), Astor (1950), y Ávila (1942), que había sido el primero, una de las empresas promovidas por los Rockefeller en Caracas, obra de la firma estadounidense Harrison, Fouilhoux & Abramovitz. Resultaba elocuente que el hotel de los Rockefeller tuviera un nombre que aludía a Caracas mientras que la toponimia de los otros evocaba a los Estados Unidos. Pero la actividad hotelera giraba en torno a las corporaciones petroleras y, de hecho, el Hotel Ávila, representó, como señala González Casas, un momento crucial del cambio cosmopolita vivido en la Caracas de los cuarenta.

Por otro lado, en el Distrito se ubicaban numerosas clínicas, pero resultaría emblemática la construcción del Centro Médico (1947), obra de Stelling, Tani & Cía., con asesoría de Edgar D. Martin, de Chicago, clínica en la que, como señala Marisol Fuentes Niño, “la Creole Petroleum Corporation, la Shell Caribbean Petroleum Company y la Mene Grande Oil Company suscribieron acciones especiales”, lo que les brindaba “prioridad en los servicios médicos” para sus trabajadores. Y esta imbricada presencia de las tres petroleras incidió sobre la variación de la dinámica comercial así como en la riqueza de la vida urbana que se manifestaba en el lugar al final de los 40, tal como recalcaba Martínez:

 

“Un enjambre de pequeñas y medianas compañías, las que exploraban pero no producían, las que se dedicaban a la consultoría de ingeniería mecánica, las que ofrecían servicios de aerofotografía, las pequeñas oficinas de representación de equipos, válvulas, mechas, inyectoras de lodo, con casa principal en Maracaibo y sucursal caraqueña, estaban dispersas en los edificios de bajada hacia Puente República”.

 

Sin embargo, la suerte del “Distrito Petrolero” de La Candelaria-San Bernardino se sellaba simbólicamente en 1956 con el traspaso del Hotel Ávila a empresarios venezolanos. Y si ya en 1947, el señalado problema de insuficiencia de espacio del edificio de la Creole era motivo para mudar la compañía a otro sitio, pasarían ocho años antes de concretar la misma. En cuanto a la Shell, “la falta de adecuados estacionamientos para automóviles, imperdonable para un arquitecto norteamericano y un cliente petrolero”, como decía Rafael Valery, y las carencias del edificio obligaron a buscar otras sedes, como la Casa de Italia (1958), obra de Domenico Filippone, mezcla de usos de oficinas, comercio y actividades propias de un centro social de inmigrantes. Hasta que en 1960 se produjo la mudanza de la compañía al este de la ciudad.

Como colofón de la “clausura” del Distrito Petrolero, en 1954 la sede de la Creole se convirtió en la Seguridad Nacional, siendo saqueado e incendiado el edificio durante los sucesos del 23 de enero de 1958, y la sede de la Shell albergaría desde 1963 la Comandancia General de la Marina. Perversas mutaciones que se dieron a partir de lo “corporativo”, y que revelan terribles connotaciones asociadas al poder, la disciplina y/o el autoritarismo.

 

La frontera del sur: traspasar el río

El segundo Distrito Petrolero lo encontramos en el sector de ciudad ubicado al sur del Río Guaire, a lo largo de la franja que va desde Santa Mónica hasta Chuao. Dada la insuficiencia de la sede de la Plaza Mohedano, la Creole decidió construir un edificio que albergara todos sus departamentos. Es importante discernir las razones de esta ubicación, entre ellas el desarrollo promovido por el Estado venezolano en la zona por medio de la construcción de la Ciudad Universitaria, también el asentamiento paulatino de los intereses estadounidenses al sur del Río Guaire, una línea que podía muy bien actuar como separadora del resto de la ciudad, y en cuya materialización la Creole podría funcionar como punta de lanza.

Para el diseño del edificio se contrató a Lathrop Douglass, un arquitecto norteamericano con oficina en Nueva York. Douglass consideraba que gran parte de los rascacielos de oficinas mostraban tan sólo un dispositivo de diseño de fachadas llamativas, obviando “ese sine qua nondel edificio de oficinas: ser confortable, eficiente, flexible, estandarizado, con espacios de oficinas económicamente operativas”. En 1949, presentaba el proyecto que realizaba para Caracas como ejemplo de un diseño funcionalista de la nueva era del edificio de oficinas.

Inscrito en la tendencia que pensaba que el rascacielos norteamericano, que se originó en Chicago, era un producto de la era previa al automóvil y que de allí partía su significación como elemento de concentración del trabajo, centralidad y densidad urbana, adecuado para un momento en el que la ciudad requería de la saturación de espacios de trabajo para una mayor optimización económica. Douglass creía que esa significación tendría que cambiar y sufrir modificaciones sustanciales en una era dominada por el automóvil. En este sentido, podemos considerar su proyecto para el edificio Creole como un edificio-manifiesto que, entre otras cosas, pregonaba que el automóvil había hecho obsoleto al rascacielos y que el edificio de oficinas de la posguerra no tenía porque repetir los patrones previos. Lejos de ello, el Creole se planteaba como un edificio de oficinas de suburbio, económicamente eficiente y óptimo para la corporación a la que serviría de contenedor. Y su forma final surgía de consideraciones climáticas, un planificado esquema de oficinas privadas y anexos localizados en enormes áreas abiertas desarrolladas en forma paisajista, complemento del conjunto, flexibilidad espacial, circulación directa, y asunción de una condición periférica.

En 1953, y después de un largo retraso —achacado por el presidente de la compañía, Arthur F. Proudfit, igual que en el caso de la Shell, a dificultades para obtener materiales como el acero tras la Segunda Guerra Mundial—, comenzó a construirse el edificio. Pero las razones de esa demora hay que buscarlas más bien en el golpe de 1948 que desalojó del poder a Rómulo Gallegos. Durante el Trienio, las compañías petroleras, a pesar de sufrir reveses en cuanto a su porcentaje de ganancias, habían obtenido suficientes garantías de Rómulo Betancourt de que no habría nacionalización petrolera, requisito indispensable para cualquier proyecto en el país. Pero el panorama era incierto y la construcción de las sedes fue suspendida, a la espera de conocer las intenciones del nuevo gobierno. Sin embargo, en 1954 se concluyó el edificio Creole, que sería llamado “el gigante blanco del Sur”. No sólo el fantasma de la nacionalización se posponía indefinidamente, sino que la dictadura abría nuevamente las concesiones petroleras, lo que terminaba de consolidar a las corporaciones en sus aspiraciones de permanencia a largo plazo en el país.

En 1960 se produjo la mudanza de la Shell a un nuevo edificio de oficinas ubicado en Chuao. Del edificio, que resolvía los problemas de insuficiencia de espacio, obra de los arquitectos Diego Carbonell y Miguel Salvador, con José Lino Vaamonde, director de Arquitectura de la Shell, se destacaba la “sobriedad en las líneas, formas y colores en magnífica conjunción de armonía”. La imagen de un grupo de individuos anteriormente desperdigados y ahora reunidos bajo un mismo techo, una corporación que los “ampara”, será recurrente en el conjunto de representaciones asociadas a los edificios de las petroleras.

Así pues, se conformaba un Distrito Petrolero que había tenido como punto de partida la construcción de la urbanización Valle Arriba y del club de golf en 1942, un club pensado sobre todo en función de los empleados de la Creole y de la Shell, y que se convertiría en una exclusiva urbanización en la que se instalaría la primera casa del embajador estadounidense. En el desarrollo del Distrito influirían hechos como la construcción de la urbanización Las Mercedes, por VICA y Gustavo San Román, siguiendo el modelo de quintas aisladas y de edificios de apartamentos de pequeña escala que imitaban la imagen de quintas, y que sería el lugar de residencia de la mayoría de los cuadros principales de la compañía Creole, tal como puede ratificarse en las palabras de Miguel Salvador Cordón, quien señalaba que sus casas pareadas y edificios pequeños vascos eran alquilados por la Creole para sus empleados, y que más adelante incluso la petrolera le brindaría facilidades para construir sus proyectos, dándole “cinco años de rentas adelantadas”.

También sería relevante la promoción y desarrollo a partir de 1948 de la urbanización Santa Mónica (Fig. 7) por parte del coronel Sam R. Knight y sus socios de Norteamérica, tal como lo relata Laureano Vallenilla Lanz [Planchart] en Escrito de memoria (1967). El equipamiento del Distrito se aceleraría con la inauguración en 1950 de la tienda por departamentos Sears Roebuck Bello Monte, que significó un cambio sustancial en cuanto a la representación, presencia y actuación de lo comercial en Venezuela, así como con la aparición de uno de los primeros centros comerciales de Caracas, en Las Mercedes, inaugurado en 1955 y diseñado por Don Hatch, arquitecto que arribó al país en 1948, y que también diseñaría el edificio de oficinas NCR, en Bello Monte. Otra edificación construida en Las Mercedes sería el Hotel Tamanaco (1953), obra del ingeniero Gustavo Guinand y la firma estadounidense Holabird, Root & Burgee, que se convertiría en el principal hotel de Caracas (Fig. 8). Y a nivel asistencial, en 1960 surgiría la Policlínica Las Mercedes. Igualmente se instaló en la zona el Centro Venezolano Americano, y el Colegio Americano estuvo ubicado en Bello Monte. Las prácticas de los Boy Scouts tenían lugar en el terreno de lo que luego sería el edificio La Hacienda. En la urbanización Santa Mónica se inauguró en 1950 el primer autocine de Suramérica, con una capacidad de 250 automóviles y servicios de bar, fuente de soda y restaurante, lo que haría elocuente el circuito de ciudad automotora que caracterizaría a los Distritos Petroleros. Y no podemos obviar la aparición del que sería el primer restaurante chino en Caracas, El Palmar, cerca del edificio Creole, que seguía modelos adaptados al estilo y gusto de las corporaciones estadounidenses. Todas estas edificaciones y actividades, ubicadas al sur del Guaire, demostraban la presencia de un plan de ocupación territorial, y la intención de armar un circuito suburbano, de contacto limitado con el resto de la ciudad.

Figura 7. Distritos petroleros en el siglo XXI: entronques Estados Unidos-Venezuela. Beaumont, Texas, 2009 / Hotel Tamanaco y Urbanización Las Mercedes, Caracas, 2005

 

Figura 8. Hotelería de formas alabeadas receptivas. Hotel Statler, Los Ángeles, 1952. Holabird, Root & Burgee con A.A. Nickman / Hotel Tamanaco, Las Mercedes, Caracas, 1953. Gustavo Guinand y Holabird, Root & Burgee

La conversión de los edificios Creole y Shell en universidades, luego de haber sido edificios emblemáticos de la nacionalización petrolera, Lagoven y Maraven, aparte de obviar los discursos sobre el funcionalismo óptimo, se suma al dilema ya señalado en relación con edificios petroleros convertidos en sedes policiales o militares (Fig. 9). Pero volviendo al segundo Distrito Petrolero, ya sea que visualicemos estos edificios como un enorme acorazado divisando la ciudad desde el otro lado del río o como una isla flotante en el mar de distribuidores y autopistas, las sedes petroleras marcaron las “banderas” que señalaban un territorio “otro” dentro de una ciudad en la que la modernización se convertía en una forma de separación y de asunción de conductas adquiridas y exhibidas en nuevos escenarios.

 

Figura 9. Las formas de trabajo corporativo: perduración y conversión. Esso Building, Baton Rouge, 1950 / Antiguo Edificio Creole, actual Universidad Bolivariana, Caracas, 1954. Ambos de Lathrop Douglass

Al este del Edén

El edificio de oficinas es un ejercicio de optimización necesario para una ciudad administradora de recursos y pretende constituir un paradigma de ciudad moderna. En 1957, el arquitecto italiano Angelo De Sapio proyectó el Centro Petrolero de Caracas. Se trataba de un complejo que albergaría las oficinas de las empresas Atlantic, Mene Grande y Texas. La propuesta cumplía con axiomas fundamentales del programa moderno. Constaba de una presencia alterna de torres y de edificios horizontales, así como de paseos y fuentes, y tenía disponibilidad en cuanto a estacionamientos. El lugar escogido fue un terreno perteneciente a la antigua Estancia Tamanaco, en el sitio en el que hoy en día se encuentra el Centro Plaza, en el sector La Floresta-Los Palos Grandes. Al final sólo se construiría el edificio Atlantic, pero no por casualidad dicha ubicación correspondería a lo que hemos denominado el tercer Distrito Petrolero de Caracas. En el lugar fueron construidos los edificios de la Mobil (1959) y la nueva Embajada de los Estados Unidos (1959), obras de Don Hatch (Fig. 10). Igualmente, la Mene Grande construyó su nueva sede allí, en 1966, y la Texas se ubicó en varios edificios de la zona. Y, para ser consecuente con los otros distritos petroleros, a comienzos de los 70 se inauguró en la zona un equipamiento asistencial privado como la Clínica La Floresta.

Figura 10. Núcleos de centralidad que definen radios de actuación. Proyecto Edificio de la Embajada de los Estados Unidos, Puerto Príncipe, 1956. Donald E. Hatch / Distrito Petrolero La Floresta-Los Palos Grandes, en primer plano antiguo Edificio Socony-Mobil, actual Colegio Universitario de Caracas, y antigua Embajada Estados Unidos, actual Ministerio de Turismo, Caracas, ambos de 1959 y de Donald E. Hatch

 

El edificio de la Venezuelan Atlantic Refining Company mostraba una impronta formal dominada por la levedad expresada por medio de una estructura de pilares centrales que soportaba losas en voladizo. La unívoca fila de columnas que sostenía el complejo artefacto estructural se constituyó en una hazaña sin precedentes. El cuerpo prismático y la fachada de vidrio, sostenidos con extrema ligereza por las vigas del “árbol” estructural, nos sumergían en ese momento en que una sociedad, secularmente reaccionaria, fue confrontada desde lo espectacular y lo novedoso.

 

Consideración final

El diseño, conceptualización y construcción de los edificios sede de las compañías petroleras en Caracas mostró un proceso de transferencia y modernización traducido en las transitorias comunidades de propósitos que, durante las décadas de los 40 y los 50, hicieron de cada multinacional algo más que una “invisible” y “soterrada” presencia, deviniendo en un conjunto de individuos direccionados, una “corporación”, cuya máxima expresión en el territorio fueron las nuevas piezas insertas en él. La productividad técnica asociada a dichas arquitecturas se tradujo en la irrupción de Distritos Petroleros, en los que se generó un “imaginario de modernidad” distanciado de otros sectores de la ciudad. La continuidad de dichos Distritos fue cuestionada por la nacionalización petrolera y, de hecho, PDVSA, la principal empresa del país, si bien intentó construir en los 90 una sede adecuada a su significativa presencia, terminó acoplándose a un edificio petrolero previo, en la avenida Libertador, sin generar articulaciones y desarrollos que pudieran hacernos pensar en un nuevo Distrito Petrolero.

Pero esto no se hizo desde una revisión crítica del término, lo que hubiera sido necesario dado el cuestionamiento de varios de los presupuestos que sostenían la estructura de dichos Distritos, como la noción de suburbio, cuya idea de dispersión urbana ha sido puesta en jaque, así como la de exclusión, noción que generó falacias alrededor de una “edad dorada” de la arquitectura en el país en los años 50, suscitada bajo un gobierno militar, lo que llevó a no reparar en la época en que se produjo el mayor nivel de progreso y construcción democrática de Venezuela, a partir de los 60, momento en el que la ciudad de Caracas se hizo particularmente efectiva para intentar trocar la modernidad en fenómeno permanente.

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Fuentes de las imágenes

Figura 1: Archivos Nacionales y de Administración Estados Unidos / Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 2: Ubicable en http://www.craglobalaff.org / Edificio Creole. Caracas: Sección de Publicaciones Departamento de Relaciones Públicas de la Creole Petroleum Corporation, 1955

Figura 3: Sociedad Histórica de Tulsa / Alfred Brandler ©ArchivoFotografíaUrbana.

Figura 4: Ubicable en: http://unavidamoderna.tumblr.com / Plinio Mendoza Neira, ed. Así es Caracas. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951

Figura 5: Ubicable en http://rioquenaovivi.blogspot.com / Alfredo Cortina ©ArchivoFotografíaUrbana. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951

Figura 6: Biblioteca del Congreso Estados Unidos / Colección Mendoza & Mendoza ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 7: Red Wing Aerial Photography / Nicola Rocco. Caracas Cenital ©ArchivoFotografíaUrbana

Figura 8: Ubicable en: https://paradiseleased.wordpress.com / Postal Colección de Odalys Sánchez

Figura 9: Foto: Karen Kingsley, 2003 / Foto: Liliana Amundaraín Pernía, 2009, para Proyecto de investigación “Distritos Petroleros en Caracas”, coord. Henry Vicente

Figura 10: Architectural Record junio 1956 / Ubicable en: https://www.delcampe.net

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