Compraventas en CCS: De la bodega esquinera al mall
Este artículo, el quinto de una serie de nueve, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo de la Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre los Estados Unidos y Venezuela
La producción en gran escala de bienes y servicios ha tenido contraparte en su consumo masivo. Para ello, el flujo casi inconmensurable de las mercancías encontró en los centros comerciales un lugar idóneo, convirtiéndolos en parte fundamental de la experiencia social y cultural. Llamados “templos de consumo”, los centros comerciales no han recibido la atención dispensada a otros templos, si bien cada vez más aparecen como hitos en el imaginario colectivo y son objeto de atención por parte de las firmas y crítica arquitectónicas.
El debut de los centros comerciales: escenarios e invenciones
Se considera que el primer centro comercial fue el Foro de Trajano en la Roma Imperial, el cual contaba con la nada despreciable cifra de unos 150 locales. Ya antes los griegos habían creado las stoas, pórticos que albergaban tiendas, oficinas gubernamentales y espacios para la recreación y discusión pública permitiendo, además, la conformación de un frente continuo y homogéneo ante los espacios públicos. Siglos más tarde, con la Revolución Industrial, surgieron las arcadas, pasajes o galerías, que eran calles comerciales techadas usando la técnica de acero y vidrio, verdaderos embriones de los modernos centros comerciales.
Hay constantes a lo largo de la historia: los pequeños establecimientos buscan la proximidad de otras unidades comerciales para lograr economías de aglomeración, beneficiándose tanto de su complementariedad como de la mayor cantidad de potenciales clientes. Así se fue pasando del pequeño local –pulpería, bodega o botica- usualmente en localización de esquina, a las agrupaciones de tiendas, primero a lo largo de calles y luego en zonas o distritos de negocios.
A la par de las economías de aglomeración surgieron las de escala, pues los locales crecieron en dimensiones y en su capacidad de ofrecer una amplia selección de bienes a bajo costo, con precios marcados y sin regateo. Fue el momento de los grandes almacenes y tiendas por departamento como Woolworth y Sears en los Estados Unidos, Wertheim en Berlín y el Bon Marché de París. Mención especial merece el Carson, Pirie & Scott, de Chicago, hoy Centro Sullivan -en honor de su proyectista, Louis Sullivan- construido entre 1899 y 1906 en “la esquina más concurrida del mundo”. Estas estructuras se integrarían luego a los centros comerciales, convirtiéndose en atractivos o anclas de los mismos.
No obstante tratarse de un fenómeno global, la historia del centro comercial tiene sus principales hitos iniciales en los Estados Unidos, no solamente en términos de cantidad de edificaciones, sino por la generación y difusión mundial de normas y formas novedosas de intercambio. Prototipos tempranos con estacionamiento fuera de la calle fueron el Roland Park Shop, cerca de Baltimore, en 1907, y el Market Square, en Lake Forest, en 1916. Sin embargo, fue en el Country Club Plaza de Kansas City donde se dio la primera sumatoria de locales con unidad de gerencia a inicios de la década de 1920.
Para que estas edificaciones pudieran superar la restricción tradicional de uno o dos pisos de altura fue preciso incorporar mecanismos de movilidad vertical como los ascensores y, muy particularmente, las escaleras mecánicas, un invento del siglo XIX que obtuvo su aplicación desde la década de 1920 en los grandes almacenes, permitiendo apilar niveles indefinidamente.
Antes de la aparición de estos tipos edilicios e invenciones en Caracas, el intercambio comercial se producía en el espacio público. Fue así como la primera centralidad comercial fue el mercado de la plaza Mayor, con pórticos a partir de las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII. Un siglo más tarde surgió el primer corredor comercial de importancia; la calle de Comercio o de Los Mercaderes (donde se encuentra la esquina homónima), actualmente Norte-Sur 4, que se prolongaba hacia el Norte buscando el camino a La Guaira. Ese corredor contó con tiendas, almacenes, imprentas, talleres de fundición y otras edificaciones institucionales y residenciales relevantes de la capital de la nueva república.
Posteriormente el eje comercial dio un drástico giro hacia la vía que extendía la ciudad al Este a través de Candelaria y el puente sobre el Anauco. Todavía no era la oportunidad de los centros comerciales, si bien a principios de siglo existían cinco pasajes en el centro -del Carmen, Capitolio, Ochoa, Ramella y Linares- que rompían la solidez de la manzana tradicional, generando vías de uso exclusivo para el peatón. El Pasaje Linares, también llamado del Mercado, fue inaugurado en 1891 y constaba de tres niveles de negocios y comercios, una altura considerada excesiva para la época, por cuya razón, decía Rafael Valery, la Cámara Municipal dudó antes de otorgar el permiso de construcción. Para ese momento aparecieron en Caracas las primeras tiendas múltiples y almacenes como el Pan Grande y el Almacén Americano, ambas edificaciones proyectadas por Guillermo Salas.
El Almacén Americano, propiedad de William H. Phelps desde 1916 (al separarse de Enrique Arvelo, quien fundó ese año el Bazar Americano) fue un hito en la introducción de productos importados; se encargaba de la distribución de autos Ford, refrigeradoras Frigidaire, máquinas de coser Singer, máquinas de escribir Underwood, equipos RCA Victor, entre otras marcas. Inicialmente ubicado entre las esquinas de Pajaritos y la Palma (luego abrió otras tiendas en los edificios Phelps y Gran Sabana, en las avenidas Urdaneta y Sabana Grande), en su piso superior funcionaron desde 1930 los estudios de la Broadcasting Caracas, una de las primeras radioemisoras del país.
Nuevas arquitecturas y placeres visuales a mediados del siglo XX
Las primeras décadas del siglo XX supusieron la rápida evolución de la arquitectura y formas de gestión de los centros comerciales en Norteamérica. Una innovación fue el esquema de planta en forma de “I”, con tiendas por departamento en los extremos de un corredor abierto en medio de una playa de estacionamientos. Un ejemplo característico de esta disposición fue el de Northgate, en Seattle, de 1947. Otra novedad fue el volumen cerrado con clima controlado, como el de Southdale, en Minneapolis, de 1956. El número creciente de ejemplares condujo a la creación en 1957 de un ente asociativo: el International Council of Shopping Centers.
En Caracas los ingresos petroleros permitieron la inserción plena en el mundo global de las mercancías: “U.S. News & World Report informaba que Caracas era la ‘meca’ de los vendedores del mundo” (1). Junto con la importación masiva de mercancías se produjo la instalación de empresas industriales, como las ensambladoras mencionadas en tercer artículo de esta serie, diversas fábricas y almacenes de manufacturas diversas.
A ello se sumaba una potenciada movilidad vehicular, que estimuló la agrupación de tiendas en corredores y centros comerciales. La enorme operación urbanística de la avenida Central, iniciada con la propuesta de Plan Monumental de 1939, tuvo en el conjunto de El Silencio, inaugurado en 1944, una exitosa muestra de la aparición de una planta baja comercial continua, con 207 locales, apoyada por el uso de aceras cubiertas, un formato que se ha elogiado más que repetido en el país. Las nuevas arterias darían oportunidad de crear frentes comerciales continuos, con algunas penetraciones para dar acceso a comercios al interior, como en el caso de los edificios Karam y Phelps en la avenida Urdaneta. El desaparecido edificio Galipán en El Rosal presentó una combinación de viviendas, oficinas y 26 locales comerciales. Proyectado por Gustavo Guinand en 1952, el Galipán aseguraba en sus avisos publicitarios que “el comercio se va al Este”. Y ciertamente había sido en el Este donde poco antes había surgido el que pudiera ser considerado el primero de los centros comerciales en la ciudad; el Gran Avenida, entre Sabana Grande y la Plaza Venezuela, en lo que es hoy la estación del Metro Plaza Venezuela.
El Gran Avenida –inicialmente denominado “Quinta Avenida- fue proyectado en varias etapas por la oficina de Carlos Guinand, Moisés Benacerraf y Emile Vestuti, desde finales de la década del cuarenta. Allí se localizaron 34 prestigiosas firmas de joyería, modas, floristería, estudios de belleza, gastronomía, café, antigüedades y cristalería, en un volumen curvo continuo, tipo strip, de una planta, con voladizo horizontal, un paramento superior para colocar la publicidad de los locales, dos muros verticales perpendiculares a la fachada, a modo de vallas, en los cuales se identificaba el conjunto ante un estacionamiento frontal de tipo dentado en una calle de servicio paralela a la vía principal. Posteriormente se construyó un edificio de oficinas anexo, de ocho pisos. A pesar de sus dimensiones bastante pequeñas para los estándares actuales, el Gran Avenida se convirtió en un hito para una Caracas que se aproximaba al millón de habitantes:
“Allí las mercancías están presentadas en forma subyugante a la mirada. Trajes suntuosos, muebles de gran estilo, joyas, cristales, perfumes, adornos, cuadros, tapices, flores, juguetes, etc., se exhiben de forma insuperable. Todo esto hace de la Gran Avenida de Sabana Grande un lugar a donde no sólo concurren quienes necesitan determinados artículos, sino quienes buscan en la contemplación de estos bazares momentos de verdadero placer para los ojos” (2).
Variaciones sobre el tema: tiendas por departamento y supermercados
Las facilidades de autoservicio permitieron superar la empalizada de los antiguos mostradores. Pasear libremente entre la mercancía etiquetada fue una nueva experiencia de compra que incluyó aspectos táctiles sin precedentes. Por otra parte, “ir de compras” se convirtió en un ritual en busca de expresión arquitectónica y de nuevos territorios para la presencia femenina; compradoras, propietarias y empleadas de las tiendas.
Casi simultáneamente con el Gran Avenida, la llegada de Sears a Bello Monte en 1950 fue toda una novedad. Esa tienda por departamentos, que en los Estados Unidos había existido desde la última década del siglo XIX, supuso desde su día inaugural una verdadera avalancha de consumidores, quienes llenaron la edificación de 11.600 metros cuadrados distribuidos en dos pisos, con estacionamiento para 400 vehículos. Es de recordar que Sears incorporó en sus programas de mercadeo la posibilidad de la compra a plazos, mediante un carnet similar al de las tarjetas de crédito. Ello facilitó la comercialización de sus marcas, sobretodo en artículos costosos de línea blanca y marrón. En 1951 las ventas de Sears en el país fueron de $10 millones y aumentaron a $15 millones en 1952, alimentadas por temporadas especiales de rebajas como “Jefe por nueve días” y “la semana del joropo”. Para 1953 había establecido cinco tiendas en el país y pensaba abrir otras dos. Años más tarde, la Organización Cisneros adquirió la cadena, rebautizándola “Tiendas Maxy’s”, luego desaparecida.
La llegada de la escalera mecánica tuvo su acto inaugural en el Pasaje Zingg de la avenida Universidad, de Arthur Kahn, entre 1951 y 1953. Amén de las novedosas escaleras, allí se establecieron baños públicos, como había hecho cuatro décadas antes Harry Gordon Selfridge en sus almacenes, con intención de prolongar la estadía del público, en especial el femenino. Junto con el Pasaje Zingg, a inicios de la década de 1960 existían en Caracas otros 21 pasajes comerciales cubiertos, lo cual indica la expansión de esta tipología.
La introducción a gran escala del shopping center en Caracas se produjo con los supermercados, también llamados automercados, CADA, pertenecientes al IBEC (International Basic Economy Corporation) de Nelson A. Rockefeller, que había probado con éxito en otras ciudades con la denominación “Todos”. Los primeros fueron el de Bella Vista en Maracaibo, inaugurado en 1949 y ampliado a Centro Comercial en 1953 y el de Camoruco, en Valencia, del año 1950. Para que los compradores, quienes ahora llegaban en vehículos particulares, pudiesen adquirir todas las mercancías en una sola parada se requería un considerable número de puestos fuera de la vía, con lo cual los edificios aparecían como islas rodeadas estacionamientos. El primero de los centros con supermercado fue el de la urbanización Las Mercedes, en 1954, con proyecto del arquitecto Don Hatch y el ingeniero Claudio Creamer. En la misma década aparecieron los de La Florida (1955), La Vega (1957), La California (1958) y Mata de Coco (1959), siendo el de La Vega proyectado por la oficina de Hatch y los otros tres por la de Tomás y Eduardo Sanabria.
El de Las Mercedes se emplazó en una parcela triangular de casi una hectárea en un distrito donde se concentraban grupos de mayores ingresos e intereses norteamericanos. Bastante modesta en dimensiones, la edificación resultó monumental para su época y un prodigio de construcción en acero y vidrio. Ocupaba alrededor de 3.000 metros cuadrados y disponía de un área periférica de estacionamiento para 130 vehículos. Al Sur se encontraba el supermercado y un semisótano con tiendas de mobiliario y equipos del hogar. La sección al Norte constaba de tiendas en planta baja y oficinas en el segundo nivel. Todo se conectaba mediante galerías en voladizo en torno a un espacio central provisto de rampas donde circulaban «carritos» de supermercado que transportaban las mercancías entre las cajas registradoras y los automóviles. Al extremo del edificio se encontraba una fuente de soda «estilo norteamericano» donde se expendían hamburguesas, club houses, batidos y langostinos mariposa.
El éxito no se hizo esperar; el Centro Comercial se convirtió en una de las principales atracciones de la ciudad, y su supermercado fue el de mayor movimiento en el país. La experiencia se repitió en muchos otros lugares, al extremo que en apenas dos décadas había 44 supermercados de esa cadena, la mayor empresa comercial privada del país -de los cuales catorce se localizaban en Caracas y seis en Maracaibo- acompañados por 29 fuentes de soda. Ello es una muestra del cambio en los hábitos de compras de muchos venezolanos y, no menos importante, del valor que el país había adquirido como importador de bienes de consumo norteamericanos -el 80% de la lista de bienes del supermercado era importada, al igual que los materiales de construcción y equipos empleados- transformándose Venezuela en el segundo mercado en América Latina, en permanente crecimiento, al punto de haberse multiplicado por 12 el consumo de bienes importados entre finales de la década del treinta e inicios de la del cincuenta (3).
Además de los supermercados, con su logo octogonal en una torre facsimilar de los campanarios religiosos, los centros comerciales asociados a aquellos generaron una fórmula de gran éxito que contenía cines, canchas de bowling, farmacias, bancos, salones de belleza y barberías, restaurantes y fuentes de soda, así como tiendas de ropa, mueblerías, librerías, jugueterías y joyerías, todo ello predominantemente en asépticos ambientes de aire acondicionado y luz fluorescente.
La situación de la actividad comercial a mediados de siglo y la crítica al consumismo desbordado son objeto de un ensayo de Mariano Picón Salas titulado “Caracas en 1957”:
La abundancia de divisas trae, no sólo un cosmopolitismo humano, sino otro de productos y prodigalidad. Las tiendas de Caracas, con frecuencia empachadas de mercancía, son como anticipo y prefiguración de las exposiciones universales. Made in Germany, Made in Italy, Made in Japan, y alguna vez “Hecho en Venezuela” (…). Los vidriados y niquelados “Super-Market” a la norteamericana, contienen la más varia antología del sabor. Se consumen por igual sardinas de Margarita y esturiones del Mar Negro. Los alimentos yanquis ofrecen su infantil y entretenida manipulación mágica. Se echa un poco de agua o de leche y se pone al horno el polvillo que contenía el sobre, y dentro de pocos minutos veremos cómo se esponja –sin perder su olor de química y farmacia- un pastel de limón o de chocolate. Hay abundantes e inverosímiles juguetes de niños para escape de nuestra curiosidad o nuestro derroche, para ocupación de almas vacías.
Las reacciones frente al fenómeno del consumo masivo y sus emplazamientos asociados no se limitaron a la crítica social, sino alimentaron la imaginación y reacciones contraculturales de otros intelectuales y artistas como Andy Warhol, Red Grooms y Marisol Escobar.
En paralelo con la aparición de los supermercados y centros comerciales, se produjeron varios ensayos que buscaban dar respuesta al problema de estacionamiento ya que, si bien el mismo es importante para llegar al destino, una vez allí representa un problema, salvo en un drive-in. Como alguna vez expresara Victor Gruen, arquitecto de centros comerciales en los Estados Unidos, “nunca un auto ha comprado nada”. Los proyectos oscilaron entre esconder el vehículo o monumentalizarlo; la primera solución se ensayó en el Centro Comercial del Este, en Sabana Grande, de Diego Carbonell, con un anillo de tiendas en torno a un estacionamiento central separado de la calle, lo cual produjo que algunas tiendas tuviesen doble acceso. La segunda fue El Helicoide de la Roca Tarpeya, de Jorge Romero, Dirk Bornhorst y Pedro Neuberger, un artefacto que tuvo al movimiento vehicular como leitmotiv.
Aparición de los grandes malls
Los centros comerciales se expandieron en el territorio y sufrieron un crecimiento y mutación ajustados a la modificación de los patrones de consumo, incluido el de los bienes menos tangibles de la recreación. Así surgió en un suburbio de Chicago el Woodfield Mall, primer centro de tipo regional, con casi 200.000 metros cuadrados de construcción, en 1971, seguido por otros como el West Edmonton Mall, una década más tarde, en Alberta, Canadá, un mamut de casi 500.000 metros cuadrados de construcción comercial y recreativa, pensado como centro de entretenimiento a gran escala para más de 20 millones de visitantes al año. Esas cifras fueron superadas por los 43 millones de visitantes del Mall of America, de Minnesota en 1992, con sus 400.000 metros cuadrados, el mayor en los Estados Unidos (4). La humanidad no podía resistirse a la “llamada del mall”, como la bautizara Paco Underhill.
Sin llegar a esos guarismos casi increíbles, en Caracas durante las décadas de los sesenta a los ochenta se consolidó el desplazamiento de actividades centrales al Este del valle y de buena parte del comercio hacia el eje Sabana Grande-Francisco de Miranda. De esta época es el Centro Comercial Chacaíto, proyectado por Antonio Pinzani y construido en 1968 en un nuevo corazón de la ciudad. El conjunto aprovechó un terreno en desnivel entre las avenidas Solano y Francisco de Miranda, lo cual le permitió el desarrollo en tres niveles: el sótano con estacionamientos, clubes nocturnos, cines y otros locales comerciales, retratado en el film Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia”, de Alfredo Anzola en 1977; la planta baja, con numerosos comercios en pasillos abiertos en torno a un espacio central de estacionamiento y un espacio de gran altura abierto a la calle con el café El Papagayo; y la planta alta con oficinas, teatro y supermercado. Este centro comercial, galardonado con el Premio Municipal en la IV Bienal de Arquitectura de 1970, fue por un buen tiempo lugar de moda donde los jóvenes iban a divertirse, especialmente en tiendas como Drugstore, que algunos seguramente recuerdan. El ambiente internacional del Chacaíto fue recogido en un corto vintage en inglés titulado “London in Caracas”, de 1969.
Del mismo arquitecto es el Unicentro El Marqués, construido en 1973, también adyacente a una futura estación del Metro sobre la Francisco de Miranda. Con sus voladizos de protección al peatón y estacionamiento distribuido a lo largo de los frentes comerciales y área central como en Chacaíto, contó con una tienda Sears, un supermercado, una cafetería, dos grandes salas de cine, oficina de correos y numerosos locales comerciales. Posteriormente fue objeto de remodelaciones que incluyeron una sala múltiple de cine, un centro de diversiones en el nivel superior y un estacionamiento en estructura.
Cercanos o sobre el mismo eje comercial se ubicaron otros conjuntos, apoyados por el boom económico y el desarrollo del concepto de “propiedad horizontal”. De ese momento fueron Los Cedros, sobre la avenida Libertador y El Trébol, sustituido por el Millenium Mall. En el Oeste se construyeron los centros comerciales San Martín y Propatria. Este último, cerca de lo que sería luego la estación terminal de la Línea 1 del Metro, generó una oferta comercial significativa en el populoso sector de Catia, con 240 locales, cines, bowling, consultorios, oficinas y estacionamiento para 1.500 vehículos.
El modelo de edificio aislado de la dinámica de la calle tuvo en esta época un periodo de florecimiento como respuesta ante la creciente inseguridad. El Paseo Las Mercedes, de James Alcock, supuso la creación de un área comercial de cuatro niveles, con unos 150 locales en torno a un conjunto de patios cubiertos por una bóveda transparente movible, con reminiscencias de las antiguas galerías comerciales. En un extremo se ubicó un hotel de 220 habitaciones y un espacio interno con columnas revestidas de espejos en movimiento de Domingo Álvarez. En contraste con la imagen brillante de este espacio terminal, se instaló al otro extremo un grupo de pequeñas tiendas denominado “La Cuadra” –esquema similar al empleado en la “Villa Mediterránea” de su contemporáneo Centro Plaza- el cual simulaba el recorrido por un conjunto de callejuelas tradicionales, apelando a la memoria de la ciudad histórica. El estacionamiento, de 1.300 puestos, se colocó en estructura separada a medios niveles. Como ejemplo del proceso de remodelación y actualización mediante nuevos usos y programas de animación, en el año 2001 se creó allí el Centro Cultural Trasnocho con salas de cine, teatro, librería, talleres y salas de exposición.
Apelando a la solución de una caja cerrada climatizada y prestando servicio a extensas zonas residenciales del Sureste capitalino, aparecieron los centros comerciales Concresa, en Prados del Este y Plaza Las Américas, en el Cafetal, ambos con la tienda por departamentos VAM como ancla. Este último centro comercial fue objeto de ampliación y remodelación, agregando una nueva etapa que llevó la capacidad de estacionamiento a 2.500 puestos.
Sin embargo, con sus 400.000 metros cuadrados de construcción, el conjunto de mayor magnitud e importancia de todo el periodo fue el Centro Ciudad Comercial Tamanaco, conocido como CCCT. Símbolo de una era de expansión del consumo, contaba con más de quinientos locales comerciales a lo largo de amplias áreas de circulación, con restaurantes, una feria de comida rápida (fórmula ensayada anteriormente con gran éxito en los Estados Unidos), varias salas de cine, clubes y salones de fiestas, el mayor supermercado de su época, más de 900 oficinas y hotel, siendo la pirámide escalonada invertida el rasgo más relevante, ornada en temporada navideña con un luminoso Santa en trineo. Consecuente con el acceso predominantemente vehicular, se destinó espacio de estacionamiento para 6.000 automóviles.
Otras dimensiones y tipos: la megamallmania migra a Asia y olvida a CCS
La tendencia a la globalización se hizo sentir sobremanera en el mundo de los centros comerciales, ahora verdaderas ciudadelas que ocupan parte sustantiva de los territorios metropolitanos. La pauta no la dicta ya Norteamérica, pues la lista de los de mayor dimensión la encabezan los gigantes asiáticos como el New South China Mall, en la ciudad de Dongguan, del año 2005, con casi 900.000 metros cuadrados de construcción (más de 650.000 m2 rentales) y 2.350 locales, una estructura colosal con severos problemas de ocupación hasta hace poco tiempo. El traslado a oriente de los grandes malls es tan notable que el primero en figurar en las listas de los de mayor superficie rental en el continente americano es el Albrook Mall en Panamá, del año 2002, rondando el puesto 19, detrás de cinco centros en Filipinas, cuatro en China, dos en Irán, dos en Tailandia, dos en Malasia y uno, respectivamente,en Reino Unido, Taiwan y Corea del Sur.
En Caracas, la crisis económica de la década de los ochenta redujo el ritmo de construcción de centros comerciales, si bien la inauguración del Metro facilitó la creación de algunos conjuntos de moderado tamaño cercanos a sus estaciones, como fueron los de Palo Verde Plaza, Ruiz Pineda y Metrocenter de Capitolio. Asimismo, en los suburbios se mantuvo la tendencia de construir edificaciones comerciales de dimensiones modestas para atender las necesidades de nivel local y vecinal. La década siguiente significó el resurgimiento de la construcción de grandes centros; es más, ante la reducción sustantiva de la inversión pública en la ciudad, el crecimiento del mercado informal, la inseguridad y las restricciones del mercado residencial, esta opción quedó favorecida para la inversión inmobiliaria.
La creación en 1997 de la Cámara Venezolana de Centros Comerciales, Comerciantes y Afines, vinculada a su similar internacional, fue ejemplo de la madurez de esta actividad en el país. De esos años fueron los centros localizados en nuevas urbanizaciones, suburbios y zonas en proceso de transformación como el Terraza Lomas de La Lagunita, Boleíta Center, Galerías Prados del Este, Manzanares Plaza, Galerías Los Naranjos, Santa Fe y Centro Lido. En ellos pasó a ser moneda corriente la presencia de franquicias y tiendas de cadena, tanto del sector alimentos como en muchos otros rubros; los espacios seriales, como salas múltiples de cine y ferias de comida rápida; el uso difundido de las tarjetas de crédito y otros medios de pago como los cesta-tickets; la gestión de condominios y programas centralizados de promoción, mantenimiento, seguridad y diseño; la menor participación de tiendas por departamento y la presencia creciente de espacios destinados al entretenimiento, donde la gente acude en busca de capturar sensaciones en lugar de objetos, recibiendo a cambio memorias que guían las narrativas de la vida de nuevas generaciones:
“Marisco, mira la vaina”, gritó Atilio. Sus dedos señalaban la entrada del cine. Estábamos en el Centro Comercial Santa Fe, bloque sin forma ubicado en los terrenos del viejo autocine. Atilio tenía una novia que trabajaba en la tienda Town Records. El centro comercial era un lugar de ladrillo artificial muy parecido al Plaza Santa Mónica cuyo punto de referencia, al igual que en los espacios del desaparecido Parsamón, era el letrero de McDonald´s (5).
Con la inauguración del Sambil en 1998 se dio inicio a una etapa de conjuntos de mayor dimensión, policéntricos y más apegados al esparcimiento. Con casi 300.000 metros cuadrados de construcción en un terreno de cinco hectáreas, más de 500 locales y estacionamiento para 4.000 vehículos, se convirtió en uno de los mayores en América Latina. Pero no fueron solamente sus considerables dimensiones y las guías de diseño importadas lo más característico, sino el esquema de gestión y la temática, pues se proyectó como un fenómeno recreacional –algunos dirían que también cultural- para todos los grupos socioeconómicos y de edades, observable en el flujo de varias decenas de miles de personas al día –superando en algunos casos los 100.000 visitantes- un río de gente que forzó la modificación del trazado de la ruta de acceso desde la estación del Metro de Chacao.
La tendencia al desarrollo de grandes centros con fuerte componente de entretenimiento se repitió en el San Ignacio, El Recreo, Tolón, Líder, Millenium Mall, Multiplaza El Paraíso y Sambil La Candelaria, este último sacado del circuito por decisión del Ejecutivo Nacional. Con la crisis de las primeras décadas del siglo XXI, en el tintero han quedado varios proyectos, como el Aeromall, cercano a la autopista de Prados del Este y otros acosados por una crisis económica cuyos efectos sobre la ciudad se encuentran “en pleno desarrollo”.
Consideraciones finales
Aseguraba Jane Jacobs que el fundamento económico de una ciudad es el comercio. Así que la historia de Caracas es en buena parte la historia de su actividad comercial. A lo largo del tiempo, la geografía del valle se pobló de las distintas formas de intercambio, tanto de carácter formal como informal, reforzando cada vez más la dimensión del fenómeno urbano y posicionando a la ciudad como la “esquina de mercaderes” de un territorio muy amplio.
Superando la brecha entre panegiristas y detractores de los centros comerciales, la comprensión del rol que éstos juegan en la dinámica social y espacial de la ciudad está íntimamente relacionada con un proceso de disolución de la capacidad de los espacios públicos para atraer y distraer a los habitantes. Esta crónica ha pretendido destacar la doble condición del centro comercial como hecho físico y como modelo de gestión del intercambio y modo de vida. En ambas dimensiones se ha construido un imaginario en torno a su primacía como lugar de encuentro, recreación y compras para todos los estratos socio-económicos. En gran parte este fenómeno ha ocurrido no sólo como respuesta al deterioro del espacio público, sino como resultado de la adopción de esquemas orientados hacia la mejor satisfacción de las necesidades del cliente, como la ampliación de la oferta y la extensión de los horarios (dependiendo ahora de la generación eléctrica) a partir de los cuales el visitante-consumidor ha obtenido mayor seguridad, comodidad y variedad de ofertas.
En los próximos tiempos, en correspondencia con el vaivén de los ingresos petroleros y las condiciones urbanas de seguridad, se pondrá de relieve la necesidad de conservar y renovar las estructuras sobrevivientes al deslave económico. La reformulación de los patrones de consumo, la coexistencia de distintos modelos de compra, incluyendo el e-commerce y el comercio informal, permiten augurar nuevos capítulos a esta saga.
NOTA: Versiones asociadas al tema de este artículo fueron publicadas bajo los títulos “Modernity for import and export: the United States’ influence on the Architecture and Urbanism of Caracas”, Colloqui, 67, 1996: 36-45 y “Una Gran Avenida”, Medio Informativo, 11, julio 2008: 10-11.
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Notas
1 Edgardo Mondolfi G. “La relación Venezuela-Estados Unidos durante el último medio siglo”, en: Tomás Polanco Alcántara et al, Venezuela y Estados Unidos a través de 2 siglos. Caracas: Venancham, 2000, p. 346.
2 Plinio Mendoza Neira, ed. Así es Caracas. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951, sp.
3 «Oil & Caraquenos: Venezuela Boils Over U.S. Import-Cut Moves». The Wall Street Journal, 17 de abril de 1953, p. 13.
4 Nancy E. Cohen. America’s Marketplace: The History of Shopping Centers. Lime: Greenwich Publishing Group, 2002.
5 Eduardo Sánchez Rugeles. Liubliana. Caracas: Ediciones Bruguera, 2015, p. 142.
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Fuentes de las imágenes
Figura 1: Elizabeth Schön en Abastos “La Entrada”, sin fecha | Alfredo Cortina ©ArchivoFotografíaUrbana
Figura 2: Nikolaus Pevsner. A History of Building Types. Washington: Princeton University Press, 1976, p. 269 / Guillermo José Schael. Apuntes para la historia del automóvil en Venezuela. Caracas: Armitano, 1982 (orig. 1969), p. 39 / Archivo Biblioteca Nacional
Figura 3: Plinio Mendoza Neira, ed. Así es Caracas. Caracas: El Mes Financiero y Económico de Venezuela, 1951, s/p / Rockefeller Archive Center
Figura 4: Centro Comercial La Gran Avenida, Sabana Grande | Autor desconocido ©ArchivoFotografíaUrbana / Plinio Mendoza Neira, op. cit. / Archivo Lorenzo González C.
Figura 5: https://karhu53.livejournal.com/21672499.html / El Universal, 2 y 7 de marzo, 1952, recopilación Jorge Villota
Figura 6: The Lamp publicada por Standard Oil, otoño 1958 / Foto Sharon Bourke, en http://www.randytrahan.com/ocov/amuay/amuay_gallery_07.htm / Tienda Sears de Bello Monte | Tito Caula ©ArchivoFotografíaUrbana
Figura 7: https://walkerart.org/magazine/red-grooms-the-discount-store-target / Juan Calzadilla. Obras singulares del arte en Venezuela. Caracas: Euzko Americana, 1979, p. 197
Figura 8. Fotografía del autor 29-9-2017 / Fotografía de Giovanna Medina, 18-7-2012
Figura 9: Archivo Henry Vicente / Fotografía María del Rosario Rodríguez 18-9-2017